“Dijo un publicano a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Elle contestó: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?” “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”. (Lc 12,13-21)
El compartir no crea problemas.
El reconocer los derechos de los demás no crea conflictos.
El egoísmo divide.
El egoísmo crea conflictos, incluso entre hermanos.
El acumular riquezas “para sí” no ofrece seguridad alguna de larga vida.
Las riquezas son indiferentes en sí mismas.
Las riquezas pueden ser buenas y pueden ser malas.
Las riquezas pueden unir, cuando se comparten.
Las riquezas pueden crear fraternidad, cuando las compartimos.
Las riquezas pueden crear solidaridad, cuando están al servicio de todos.
En cambio:
El ansia de tener puede dividir a los hermanos.
El ansia de tener puede enemistar a los hermanos.
El ansia de tener puede romper las familias.
¡Cuántos hermanos que no se ven desde que murieron los viejos!
¡Cuántos hermanos que no se hablan desde la muerte de los padres!
¡Cuántos hermanos que no se llaman ni visitan desde que vino el problema de la herencia!
La solución la tenemos en la mano.
Mejor dicho en el corazón.
Pero preferimos que sea Dios quien soluciones nuestros conflictos.
Es un poco la manía que tenemos con Dios:
Que soluciones nuestros problemas.
Que sea él quien nos de trabajado.
Y hasta resulta curioso: Un joven me decía un día que él había llevado una vida cristiana bastante buena. Pero que ahora estaba perdiendo la fe. ¿Razón? Le había abandonado la enamorada y le había pedido a Dios que volviese a él, pero que se había ido con otro.
Mi respuesta fue simple: “Gracias, flaco, la verdad que no sabía que Dios tenía oficina de busca – enamoradas”.
¿No sería mejor pedirle a Dios:
Señor, haz más desprendido mi corazón.
Señor, ayúdame a desprenderme de mi egoísmo.
Señor, despierta la generosidad en mi corazón.
Señor, dame ese espíritu de fraternidad con los demás.
Señor, dame las riquezas, pero despréndeme de ellas.
Señor, dame las riquezas, pero sin ese espíritu de acaparamiento.
Y mejor todavía si le pedimos:
Señor, hazme descubrir las riquezas de tu gracia.
Señor, hazme descubrir las riquezas de tu amor.
Señor, hazme descubrir las riquezas de la solidaridad.
Señor, dame lo necesario para vivir.
Señor, que yo colabore para que los demás puedan vivir con dignidad.
Señor, que utilice las riquezas que me regalas, pero que no me olvide de las riquezas verdaderas.
Señor, que no viva apegado a lo que un día, no se cuando, no podré llevar conmigo.
Señor, que las riquezas que otros acapararán cuando yo muera, pueda compartirlas ahora que estoy vivo.
Tu Hijo “siendo rico, se hizo pobre para hacernos ricos a nosotros”.
¿No sería estupendo que nosotros fuésemos capaces de hacernos un poco más pobres, para que otros puedan hacerse un poco más ricos?
No. No te pido que hagas de “reparte herencias”.
Pero sí te pido un corazón que lo haga innecesario.
Clemente Sobrado C. P.
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