De visita en el cementerio

El día de la madre es uno de esos días típicos. Ayer lo estuve celebrando en Hasenkamp, junto a mis hermanas, sus maridos, hijos, una concuñada y mi papá.


Luego de la Misa en la parroquia, llegué cerca del mediodía a la casa de mi hermana menor. Ellos habían “madrugado” a las 7 de la mañana… gracias al más chiquito que tiene dos años y todavía no “entiende” de domingos y feriados. Llegamos juntos con mi papá. Mi otra hermana recién llegó a la media hora… es que su “tropa” es casi toda adolescente así que ellos sí saben disfrutar del sueño matutino.


Me fui con algunos sobrinos a comprar helado para el postre y me encontré con una compañera del secundario a la cual no veía hace muchísimo tiempo. Pobre… en enero cumple 50 años… ya está vieja…


Cuando regresamos la comida casi estaba en la mesa así que nos sentamos, bendecimos los alimentos, comimos, hicimos sobremesa… hasta casi las cuatro de la tarde. Salvo mi hermana menor y sus tres hijos menores y yo, todo el resto de los comensales había participado de la Peregrinación de los Pueblos . Algunos caminando, otros sirviendo. Así que se repasó lo vivido: en este tradicional almuerzo del día de la madre yo siempre me entero de la trastienda de la organización, con sus aciertos y errores. Siempre en medio del cansancio del trabajo en el servicio o las ampollas de los caminantes. Cansancio que siempre está muy condimentado por la alegría de participar… de ser parte activa del acontecimiento. Y esta vez no fue la excepción.


En el transcurso de la sobremesa cayeron dos chaparrones grandes. Pero a las cuatro ya había sol de nuevo. Así que nos organizamos para ir al cementerio. Uno de mis cuñados fue a buscar a su mamá y partimos en caravana.


Al llegar bajé la estola, un libro de oraciones y agua bendita. Recé el responso a mi mamá, a mis abuelos paternos y maternos, a los familiares de mis cuñados y al amigo de un sobrino que murió este año. También al papá de un chico discapacitado que pasaba y me pidió la oración.


Al final, entre las recorridas de una a otra punta del cementerio, vi muchas tumbas “nuevas”. Allí me enteré de gente conocida que había muerto. Ese es el problema de vivir a 80 km. de tu casa e ir los domingos al mediodía muy de vez en cuando: hay cosas de las que no te enterás. Encontré a otra compañera de la secundaria que estaba visitando familiares. Su marido, también de mi curso, se había quedado en casa a ver el partido.


Visitar el cementerio es una linda experiencia de vida. Nos ayuda a ubicarnos en lo que somos: polvo que se perdería en el polvo si no fuera por la resurrección de Jesús. También nos ayuda a ubicarnos en la edad que tenemos (yo también cumplo 50 el año que viene). No sé si te hace más sabio (debería ser) pero si te hace descubrir lo mucho que has vivido, aprendido y crecido.


Y ustedes… ¿qué opinan de esto?


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