El curso de retiro empieza por la noche; a las diez o diez y cuarto quiere la tradición que haya una “meditación preparatoria”.
Lo malo es que las diez de Canarias son las once de la Península, y como acabamos de retrasar el reloj otra hora más, me temo que mi organismo, que tiene un reloj la mar de ajustado, marcará las 12 de la noche cuando empiece a predicar.
¿Qué haré? En mi opinión cada asistente puede hacer su propia meditación preparatoria con la almohada. Hoy diré dos palabricas, y mañana será otro día.
Además ha desaparecido el huerto del patio y el lagarto se muere de tristeza. Tendré que componer una elegía.
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