―Amigo Monasterio ―me responde el gato―. No te alarmes; soy sólo una metáfora para tus meditaciones y homilías. Ayer me llamaste holgazán porque elegí una cómoda silla de tu territorio para dormir la siesta. Mañana tienes que predicar el retiro. Explica a tu público que debe guardar silencio absoluto. Cualquier concesión en este terreno, por pequeña que parezca, puede ser el portillo por donde entre el gato de la disipación y el desenfreno.
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