¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo sus alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. (Lc 13,31-35)
Jesús expresó con frecuencia el amor y el dolor sobre Jerusalén, porque la amaba
Por algo ya Jeremías la llamó “el cariño de mi alma” (Jr 12,7)
Lucas tiene dos textos que lo dicen todo:
Uno de cariño adolorido:
“¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo sus alas!”
Otro de doloroso cariño:
“Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz”. (Lc 19,41)
La escena de la gallina cobijando a sus polluelos bajo sus alas:
Es una señal de ternura.
Es una señal de calor.
Es una señal de acogida.
Es una señal de protección.
Jesús utiliza esa imagen casera para expresar:
La ternura que tenía por Jerusalén.
La ternura que tiene por cada uno de nosotros.
Y eso, a pesar de que Jerusalén no quiso escuchar a los profetas y los mató.
Y eso, a pesar de que Jerusalén no quiso escuchar a enviado alguno de Dios.
Resulta llamativo ver a Dios como gallina clueca.
Resulta tierno sentirnos como tiernos pollitos calentados bajo las alas del corazón de Dios.
Pero resulta todavía más expresivo que, a pesar de todo:
Nos resistamos a esa ternura divina.
Nos resistamos a ese calor del amor de Dios.
Nos resistamos a esa protección de Dios.
Y que lo sigamos rechazando.
Y que lo sigamos abandonando sin hacerle caso.
Y que sigamos insensibles a ese amor.
Esta nuestra indiferencia no le es indiferente a Dios.
Es algo que le duele en el corazón.
No porque él obtenga ganancia alguna.
Sino porque somos nosotros los que le dolemos.
A Dios le duelen nuestras resistencias a su gracia.
A Dios le duelen nuestras sorderas a sus llamadas.
Por eso, el mismo Lucas dirá más adelante, repitiendo casi la misma escena:
“Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz”. (Lc 19,41)
Con qué frecuencia nosotros decimos que “los hombres no lloran”.
Que eso es del sexo débil, las mujeres.
Pues Dios no tiene reparos en “llorar”, y llorar por nosotros.
Porque las lágrimas no son signo de debilidad sino:
Signo de ternura.
Signo de sensibilidad.
Signo de amor.
Signo de solidaridad con nosotros.
Vivir nuestra fe como experiencia de la ternura de Dios.
Vivir nuestra fe como el interés de Dios por nosotros.
Vivir nuestra fe como la preocupación de Dios sobre nosotros.
Vivir cada día al calor de las alas del corazón de Dios.
Vivir cada día el gozo y la alegría de sentirnos acogidos por su corazón.
Sentirnos cada día: “el cariño del alma de Dios”.
Clemente Sobrado C. P.
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