¿Rezar por el Rey? Sí, claro


Es necesario rezar por la autoridad. Y por una razón muy sencilla, porque la necesitamos. Necesitamos que alguien regule la búsqueda del bien común. El “bien común” es, dice el Concilio Vaticano II, “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” (GS 26).


No hay bien común sin el respeto a la persona. No lo hay sin respeto a la libertad religiosa. Tampoco hay bien común sin desarrollo y sin bienestar social. No lo hay, bien común, si algunos, o muchos, ciudadanos no pueden comer, o vestirse, o acceder a los servicios sanitarios, o al trabajo, o a la educación. Sin eso, no hay bien común. Y si eso no se busca, la autoridad se deteriora.


La autoridad es necesaria. Pero mandar es servir. Mandar es asegurar, en lo posible, el bien común. Dios cuenta con que sea así. Dios sabe como somos y sabe, mejor que nadie, lo que necesitamos, como personas y como pueblo.


Yo creo que Dios se fía de los hombres. Y de los hombres depende “la determinación del régimen y la designación de los gobernantes”. Todo ello depende de la “libre voluntad de los ciudadanos” (GS 74).



Cualquier régimen es admisible si promueve el bien de la comunidad. No hay que apostar, en sentido absoluto, por ninguno de ellos. En este tema, “todo depende”. ¿Depende de qué? De que el régimen en cuestión busque el bien legítimo de la comunidad, respete y promueva la ley natural y los derechos fundamentales de las personas.


El que manda ha de servir. Ha de ajustarse a lo que pide la “justa razón”. Ha de procurar el bien común, buscando, para alcanzarlo, solo medios moralmente lícitos.


Cuanto más clara esté la ley, mejor. Nada se gana con que la voluntad arbitraria del que manda sea ley, sino que es preferible que la ley sea soberana.


¿Rezar por el Rey? Sin duda: “En tus manos, Señor, están el corazón y la mente de los que gobiernan; dales, pues, acierto en sus decisiones, para que te sean gratos en su pensar y obrar”, dice, en una de sus preces, la Liturgia de las Horas.


La lealtad, ante cualquier reinado y ante cualquier gobierno, no escapa a la “reserva escatológica”. El mejor reinado terreno, o el mejor gobierno, no es, sin más, el Reino de Dios.


Nos queda un margen muy amplio para la lealtad, sin duda. Y también para la crítica. Pedimos que quien manda, mande bien.


Y cualquiera que sea quien mande, sea Rey o no, habrá de dar cuentas de sus acciones y de sus omisiones.


Guillermo Juan Morado.




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