“Por tanto, cuando has limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, te lo pagará”. (Mt 5,43-48)
Con motivo de las últimas Navidades, un caballero me entregó un sobre con una cierta cantidad de dinero, para que pudiera ayudar a una familia que había solicitado ayuda en la radio.
Al preguntarle ¿de parte de quién?
Su respuesta fue clara: “Cuando hago limosna no tengo nombre”.
Ese comprendió el Evangelio de hoy.
Yo entregué el sobre sin saber cuánto contenía ni de quien venía.
Jesús nos dice que la verdad está dentro y no necesita el aplauso de los demás.
La verdad está en el corazón y no en el aplauso de los otros.
La limosna está muy presente en las páginas de la Biblia.
La limosna:
No es un favor que hacemos.
Es compartir lo que tenemos que también pertenece a los necesitados.
En sí es un acto de caridad.
Pero también es un gesto y una actitud de justicia.
No es para ganarnos honores de buenos.
Sino para cumplir con la justicia de algo que es de todos.
El Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el apostolado de los seglares, lo dice muy bien:
“Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario que:
Se considere en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado;
Y a Cristo Señor a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado;
Se considere con la máxima delicadeza la libertad y la dignidad de la persona que recibe el auxilio;
Que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar:
Se satisfaga, ante todo, las exigencias de la justicia;
Y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia;
Se quiten las causas de los males, no solo los efectos;
Y se ordene el auxilio de forma que quienes los reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando a sí mismos”. (A.A n. 8)
La limosna pone de manifiesto:
La grandeza del que la recibe.
Los derechos humanos del que la recibe.
La grandeza del corazón que la da.
El compromiso de procurar una vida digna al necesitado.
La libertad de corazón del que la da y del que la recibe.
Nos hace solidarios los unos de los otros.
Nos hace descubrir a Jesús en aquel a quien se la damos.
“Lo que hicisteis con uno de estos, conmigo lo habéis hecho”.
Lo que nos sobra no es nuestro sino del necesitado.
Cuando damos limosna:
Lo hemos de hacer de corazón.
Lo hemos de hacer con sentido de solidaridad.
Lo hemos de hacer con sentido de fraternidad.
Lo hemos de hacer manifestando la generosidad.
Lo hemos de hacer poniendo de manifiesto a Jesús en el otro.
Lo hemos de hacer sintiéndonos “hijos del Padre del cielo”.
Lo hemos de hacer con alegría sin que llore nuestro bolsillo.
Lo hemos de hacer haciendo felices y sonrientes a los demás.
No olvidemos que todo lo que hay en la tierra y todo lo que tenemos es la limosna que nos hace nuestro Padre a todos los hombres.
Clemente Sobrado C. P.
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