Tras una desilusión, vuelta al trabajo: En el horizonte no se ven nuevas oportunidades. Uno, entonces, puede sentirse hundido, sin ganas de trabajar. // Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Pusimos nuestra mirada en un hecho futuro y el corazón se llenó de esperanza. Tras ese próximo cambio en el trabajo, después de la cita con el dentista, con las lluvias que están a la puerta, cuando nos visite aquel pariente tan generoso...
El hecho en el que pusimos tanta esperanza llegó, y no logramos esa mejora que anhelábamos. Tantas ilusiones, tantos sueños, tantos deseos de mejora: todo quedó esfumado en unos minutos.
En el horizonte no se ven nuevas oportunidades. Uno, entonces, puede sentirse hundido, sin ganas de trabajar. ¿Para qué esforzarse? En lo íntimo del alma suena una vocecita humilde y discreta: "pues precisamente si aquello en lo que pusiste tanta esperanza no resultó, es ahora el momento de ponerse a trabajar".
Sí: poner esperanzas en cambios políticos, en lo imprevisible del clima, en la volubilidad de un conocido, nos lleva a desilusiones. Pero no tiene que convertirse nunca en un motivo para cruzarse de brazos y darlo todo por perdido.
Otras veces, hay que reconocerlo, aquello tan esperado parecía la última playa de salvación. Bueno, tampoco la última... Sabemos que tras un tratamiento que no funcionó, la enfermedad avanzará hasta el momento de la muerte, y antes de la misma podemos ponernos en paz con Dios, con los familiares, con los amigos. Y, si somos sensatos, buscaremos esa paz desde ahora, sin esperar la llegada de una situación terminal.
En la vida hay muchas desilusiones y muchos reinicios, pero sólo un hecho resulta definitivo: el que queda plasmado tras la muerte. Más allá de ella, nos espera un juicio, que depende de nuestras opciones. Castigo, si el egoísmo y el desamor fueron nuestras últimas palabras. Premio y cielo eterno con Dios y con los santos, si acogimos la misericordia y nos lanzamos a recorrer el camino del amor.
Un hecho tan esperado se ha desvanecido como niebla ante el sol. Tengo unas manos, un corazón, un tiempo, unos amigos y familiares buenos, y un Dios que cuida a cada uno de sus hijos. Sólo me queda reemprender el trabajo con la mirada puesta en quien me cuida y me ama como Padre bueno y lleno de misericordia.
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