El cazador cazado




Tras de un amoroso lance

y no de esperanza falto

volé tan alto tan alto

que le di a la caza alcance.







Mi padre era un gran aficionado a la fotografía. De soltero solía sacar fundamentalmente fotografías en blanco y negro. Al casarse y empezar a tener hijos, se pasó a las diapositivas, sin abandonar por completo la fotografía artesanal en blanco y negro.


Lo de las diapositivas era todo un acontecimiento familiar. Cada vez que se revelaba un nuevo rollo, se montaba el proyector, se desplegaba la pantalla, se apagaba la luz y...¡daba comienzo el espectáculo! De vez en cuando en una de las diapositivas se nos veía a alguno de nosotros, con una cámara en la mano, haciendo una fotografía. Entonces mi padre, que solía ir comentando la sesión, decía: "¡el cazador cazado!"



Con el tiempo he ido rumiando esta expresión; la fotografía, en efecto, tiene algo de caza; es como una especie de caza de la belleza. ¡Cuánta beldad efímera ha quedado inmortalizada por una fotografía! El romper de una ola, el salpicar de una piedra en el agua, el sol abriéndose paso entre las nubes,...



Lo que ha cambiado, y mucho, en este último medio siglo es "la técnica de caza". Antes era algo artesanal, requería de un mínimo de conocimientos básicos porque, para hacer una fotografía, previamente había que ajustar de modo manual la distancia focal, la sensibilidad de la película y el tiempo de exposición. Hoy en día, sin embargo, la mayoría de las cámaras realizan todas esas funciones de modo automático, con lo qe hasta un niño de poca edad puede sacar fotos de una gran calidad técnica.



Otro gran cambio en el arte de la fotografía es el que trajo consigo la aparición de la fotografía digital, que supuso una verdadera revolución: ya no habría que esperar a terminar un carrete y llevarlo a revelar para ver el resultado de lo hecho a lo largo de un periodo más o menos largo de tiempo, sino que se podría ver al instante; ya no habría que dosificar el uso del disparador, porque la capacidad de almacenamiento se multiplicaría por factores hasta entonces inimaginables,...



Esta evolución tan vertiginosa, no es exclusiva del mundo de la fotografía, sino que es el signo de los tiempos de la era digital y de las comunicaciones. Ahora, por ejemplo, uno puede ver por videoconferencia a su nieto nacido hace escasos minutos en los Estados Unidos, mientras que, hasta hace no mucho, tenía que esperar semanas o incluso meses para recibir la carta que le traía noticias de su prima de Argentina. Se ha impuesto la cultura de lo inmediato.



Como todo cambio cultural, este de la inmediatez tiene sus luces y sus sombras. Entre las primeras resaltaría la universalización del acceso a la cultura y a la Información, mientras que entre las segundas cabría destacar la pérdida, cada vez más generalizada, de la virtud de la paciencia. Dicen que lo que no se ejercita acaba por atrofiarse, y en una sociedad en la que podemos obtener de inmediato lo que queremos, tenemos muy pocas ocasiones de ejercitarnos en esta virtud.



Ya en el libro de los Números se nos dice que "el Señor es paciente y misericordioso", y a lo largo de los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento se nos dan abundantes pruebas de la paciencia de Díos. También la historia personal de cada uno de nosotros está jalonada por detalles que ponen de manifiesto la paciencia del Señor. Y, si toda paternidad viene de Dios, ¿no deberíamos, para ser buenos padres, imitar las virtudes de la paternidad de Dios?



A nuestros hijos, cuando son muy pequeños, les suele gustar colaborar en las tareas domésticas y muchas veces, por cuestión de eficacia, no les dejamos, ya que lo que a ellos les llevaría media hora, nosotros lo hacemos en diez minutos y con mejores resultados. No nos damos cuenta de que esos veinte minutos de más son una inversión en el futuro de nuestros hijos.



Cuándo son ya algo mayores y lo de colaborar ya no les sale motu proprio, en ocasiones ante una negativa suya a participar en una tarea para la que les pedimos su colaboración, lo primero que hacemos es enfadarnos y reñirles, sin darles tiempo a recapacitar y reconsiderar su actitud. No es eso lo que nos enseña la parábola de los dos hijos a los que el padre mandó a trabajar a su viña.



En cierta ocasión oí como alguien preguntaba a una serie de hermanos muy seguidos si se peleaban mucho. Inmediatamente uno de ellos se erigió en portavoz y contestó: "lo imprescindible". Y es que es normal que los hermanos se peleen, pero también es normal que al poco rato de pelearse por algo como si en ello les hubiera ido la vida, se ponen a jugar tan contentos, como si no hubiera pasado nada. Sin caer en la indiferencia, en la mayoría de las peleas entre hermanos los padres deberíamos vigilar pacientemente desde un segundo plano, formando parte del "Comité de no intervención".



Tenemos también un buen campo para ejercitar nuestra paciencia, en esas faltas que cometen nuestros hijos una y otra vez, a pesar del esfuerzo que ponen por cambiar. ¿No hace eso mismo Dios con nosotros? ¡Qué buena referencia tenemos para evaluar la paciencia que tenemos con nuestros hijos!



¡Qué bueno sería que nuestro Padre Dios, al vernos derrochar paciencia con nuestros hijos, a su imagen y semejanza, pudiera "sentirse orgulloso" de nosotros, al igual que mi padre se sentía orgulloso de nosotros al vernos con una cámara en la mano y comentaba, lleno de satisfacción, "¡el cazador cazado!



Ujué

01:37
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