“Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad”, recomienda el papa Francisco en Evangelii Gaudium, 223.
La palabra “ansiedad” tiene dos acepciones: 1. “Estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo” y 2. “Angustia que suele acompañar a muchas enfermedades, en particular a ciertas neurosis, y que no permite sosiego a los enfermos”.
Es evidente que, para la Iglesia, pongamos para la Iglesia en España, no es rentable ni la agitación ni la zozobra de la angustia. ¿De dónde puede venir la inquietud? De la constatación de que ya no es la Iglesia – ya no somos los católicos – lo que ha (hemos) sido. Hoy somos una minoría, grande por comparación con otras minorías, pero minoría al fin y al cabo. Y es sano ser conscientes de ello.
¿Debemos perder el sosiego, la serenidad? Creo que no. Debemos – podemos – re-situarnos a base de convicciones claras y tenacidad.
Una convicción es una idea a la que uno está fuertemente adherido. Y los cristianos tenemos convicciones. La fe no es un solo un “sentimiento”; es una convicción, una idea. Un acto del entendimiento y, a la vez, una intención de hacer algo. Creer, si somos católicos, supone una visión global del mundo y un fundamento para un imperativo ético, para un modo de actuar.
Y esa convicción ha de ser “clara”; es decir, ha de distinguirse sin enorme dificultad de otras convicciones, y ha de ser, en lo posible, nítida. No puede ser que no sepamos muy bien en qué consiste ser católicos. No puede ser que alguien se llame “católico” en medio de la confusión sobre cuál es el contenido de la fe, cuál la línea moral que se ha de seguir, cuál el modo de orar y cuál la forma concreta de culto que es agradable a Dios.
Y en orden a esta necesaria clarificación no cabe pedirles a los que no son Iglesia que tracen nuestra identidad. ¿De dónde brota esta identidad? Brota de la revelación divina, que tiene su centro en Cristo, atestiguado en la Sagrada Escritura interpretada en el contexto de la Tradición. Y, en caso de duda, la palabra última le corresponde, de acuerdo con la Escritura y con la Tradición, al Magisterio de la Iglesia.
En este objetivo hay que trabajar enormemente. Podemos seguir engañándonos – y pretender engañar a otros – expandiendo hasta el infinito el calificativo de “católico”. No es “católico”, sin más, quien, por costumbre, ha recibido el Bautismo. No lo es, plenamente, si esa incorporación inicial a la Iglesia no va acompañada de la profesión de fe, de la coherencia moral – pese a los pecados - , de la persistencia en la oración y de la participación en la vida litúrgica.
No hay tantos católicos como se suele decir, pero hay más de los que se piensa. Y los que sean católicos – no perfectos, pero sí católicos – han de ser “tenaces”: Firmes, porfiados y constantes a la hora de reivindicar su identidad. Sin plegarse a las modas ni a las convenciones.
Un catolicismo claro y tenaz es, a la larga, más fructífero que la apariencia, falsa, de una especie de catolicismo “líquido” que no compromete a nadie ni a nada. Como dice también el Papa, “el tiempo es superior al espacio” (EG 222).
¿Qué quiere decir con eso? A mi modo de ver, algo muy sencillo: Seamos realistas, pasemos de 400 parroquias a 4 – es un modo de hablar - , olvidemos lo que ha sido y ya- quizá – no volverá a ser la Iglesia y apostemos, hasta el fondo, por las convicciones, por la claridad y por la tenacidad.
Eso sí, dando “guerra”; combatiendo, sin ceder, apostando por una presencia significativa que permita que la Iglesia, completamente convertida a Cristo, haga más habitable el universo. Ni un paso atrás - no vamos a liderar el “laicismo", que es es falso, pues vacía de contenido la libertad religiosa - , pero sin añoranzas. Ni un paso atrás equivale a muchos pasos hacia adelante, hacia un modo nuevo de estar en el mundo. Respetando y exigiendo respeto, sin renunciar a la aportación propia.
Guillermo Juan Morado.
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