Dos sonetos apasionados de José Luis Martín Descalzo. "Me han salido muy clasicotes", dijo antes de leérmelos, pero llega un momento en la vida que uno ya no piensa en la opinión de los críticos.
Nadie ni nada
Nadie estuvo más solo que tus manos
perdidas entre el hierro y la madera;
mas cuando el pan se convirtió en hoguera
nadie estuvo más lleno que tus manos.Nadie estuvo más muerto que tus manos
cuando, llorando, las besó María;
mas cuando el vino ensangrentado ardía
nadie estuvo más vivo que tus manos.Nadie estuvo más ciego que mis ojos
cuando creí mi corazón perdido
en un ancho desierto sin hermanos.Nadie estaba más ciego que mis ojos.
Grité, Señor, porque te has ido.
Y Tú estabas latiendo entre mis manos.Dios malgastado
¿Cómo es posible, oh Dios, que cada día
yo levante tu Sangre entre mis manos
y que mis labios sigan siendo humanos
y que mi sangre siga siendo mía?Treinta años sacerdote, y todavía
nada sé de tu amor, y he vuelto vanos
tus doce mil prodigios soberanos
y doce mil millones perdería.¡No vengas más! ¡Refúgiate en tu cielo
o búscate otras manos más amigas!
¡Yo soy capaz de congelar tu fragua!Me das amor, y te lo torno hielo.
Siembras tu Carne, y te produzco ortigas.
Viertes tu sangre, y la convierto en agua.
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