1. (Año II) 2 Reyes 19,9-11.14-21.31-36
a) Ayer, si no hubiese sido la solemnidad del nacimiento de san Juan Bautista, hubiésemos leido la caída de Samaria, el reino del Norte. Hoy, la amenaza que pende sobre Judá, el reino del Sur. Estamos en el año 701 antes de Cristo y han pasado veinte desde el destierro de Israel.
Ahora es Senaquerib el que asedia Jerusalén con su ejército. Es un episodio más de la ambición anexionista de Asiria, a la que le interesa el territorio de Palestina, como camino hacia Egipto. Pero fracasa. No sabemos por qué motivos tiene que levantar el campamento y retirarse (¿una peste repentina?). El autor sagrado lo interpreta en clave religiosa: el piadoso rey Ezequías ha recurrido a Dios y le ha dirigido una hermosa oración, que hoy leemos, implorando su ayuda.
La respuesta positiva de Dios le viene al pueblo por medio del profeta Isaías. De momento, y durante un siglo, Judá se verá libre de lo peor.
b) Aunque no haya una relación directa entre el pecado y las desgracias, o entre la virtud y los premios inmediatos, también a nosotros nos iría todo mejor si fuéramos fieles a nuestros mejores principios y valores. Le iría mucho mejor a la sociedad civil y a la Iglesia y a cada familia o comunidad.
También ahora seguimos experimentando que las bravatas de los poderosos como la carta de Senaquerib no son, a menudo, la última palabra, y vemos cómo se derrumban ideologías e imperios que parecían invencibles. Es una lección en el nivel político y social.
Pero también en el familiar y personal.
Ojalá se pudiera decir de la comunidad cristiana, por el testimonio que da, lo que el salmo dice del monte Sión, de Jerusalén: «Dios ha fundado su ciudad para siempre… su monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra… como tu renombre, oh Dios, tu alabanza llega al confín de la tierra».
Eso sólo se cumple cuando somos fieles a la Alianza con Dios y a la identidad que tenemos en el mundo como «resto» que da testimonio del evangelio de Jesús, como Judá era el único pueblo fiel al monoteísmo en medio de un mundo pagano.
2. Mateo 7,6.12-14
a) Siguen, en el sermón del monte, diversas recomendaciones de Jesús. Hoy leemos tres.
La primera es bastante misteriosa, probablemente tomada de un refrán popular: «no echar las perlas a los cerdos o lo santo a los perros». No sabemos a qué se puede referir: ¿el sentido del «arcano», que aconseja el acceso a los sacramentos sólo a los ya iniciados? ¿la prudencia en divulgar la doctrina de la fe a los que no están preparados? ¿el cuidado de que no se profane lo sagrado?
La segunda sí que se entiende y nos interpela con claridad: «tratad a los demás como queréis que ellos os traten». Igualmente la tercera: «entrad por la puerta estrecha», porque ante la opción de los dos caminos, el exigente y el permisivo, el estrecho y el ancho, todos tendemos a elegir el fácil, que no es precisamente el que nos lleva a la salvación.
b) Jesús nos va enseñando sus caminos. Los que tenemos que seguir si queremos ser seguidores suyos.
Podemos detenernos sobre la segunda consigna que nos da hoy: tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros. Es una «regla de oro» que tenemos muchas ocasiones de cumplir, a lo largo del día.
Podríamos escribir en una hoja de papel la lista de cosas que deseamos o exigimos que hagan con nosotros: que nos atiendan, que se interesen por nosotros, que sean tolerantes con nuestros defectos y alaben nuestras cualidades, que no nos condenen sin habernos dado ocasión de defendernos y explicar lo que de verdad ha sucedido. Y otras cosas muy razonables y justas. Pues bien, a continuación tendríamos que decirnos a nosotros: eso mismo es lo que tú tienes que hacer con los que viven contigo.
«Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo» (salmo II)
«Tratad a los demás como queréis que ellos os traten» (evangelio)
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