23 de junio.

viga


1. (Año II) 2 Reyes 17,5-8.13-15.18


a) Es trágico el final del reino del Norte, (Samaria), el que se separó del Sur después del reinado de Salomón. El año 721l antes de Cristo, después de tres años de asedio, el rey Salmanasar V conquista Samaria y deporta a sus habitantes a Asiria. El reino de Judá, el del Sur, va a quedar a salvo todavía durante más de un siglo.


El salmo nos da la clave para la interpretación religiosa de este triste final: «Oh Dios, nos rechazaste, estabas airado… hiciste sufrir un desastre a tu pueblo… tú nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas».


Aunque en la ruina de Israel seguramente intervinieron otros factores políticos, económicos y sociales, así como ineptitudes y ambiciones personales, el Libro de los Reyes la interpreta como castigo de Dios. Dios ha sido fiel a su Alianza, pero el reino de Samaria, cada vez más deteriorado en su vida social y religiosa, ha caminado hacia la ruina.


Abandonaron la religión verdadera, adoraron a dioses falsos, no hicieron ningún caso de los profetas que Dios les enviaba y procedieron según las costumbres de los paganos. Por eso ha venido el cataclismo: «el Señor se irritó contra Israel».


b) Aprendamos la lección. La infidelidad, el pecado, la flojedad en nuestra alianza con Dios, nos llevan a desastres más o menos calamitosos, a la ruina personal y a la comunitaria. La culpa no es de Dios, sino nuestra. No es que él sea rencoroso o vengativo.


Nosotros mismos elegimos, a veces, el camino más cómodo y ancho, pero que lleva a la ruina. Un camino torcido nunca lleva a la felicidad duradera.


Esto les pasa a los pueblos, cuando se dejan llevar por la corrupción y las ambiciones injustas. Y a las comunidades cristianas, cuando aflojan en la fidelidad a sus ideales. Y a las personas, cuando eligen el camino de lo superficial.


Se cumple de nuevo, y esta vez trágicamente, lo de los dos caminos del salmo. Si seguimos los caminos de Dios, tendremos vida; si preferimos los más cómodos de este mundo, nosotros mismos nos estamos condenando a la esterilidad y al fracaso. Y no se podrá decir que no hayamos tenido avisos. Los israelitas desoyeron a los profetas.


Nosotros tenemos a Cristo mismo y a la Iglesia que nos recuerda sus palabras: que el que edifica sobre arena se expone a derrumbes estrepitosos.


El salmo nos hace reconocer la culpa y pedir clemencia a Dios: «que tu mano salvadora, Señor, nos responda… restáuranos… auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil».


2. Mateo 7,1-5


a) Seguimos escuchando varias recomendaciones de Jesús, todavía en el sermón del monte. Esta vez, sobre el no juzgar al hermano.


Jesús no sólo quiere que no juzguemos mal, injustamente. Nos invita a no juzgar en absoluto. La comparación que pone es muy plástica: la brizna que logramos ver en el ojo de los demás y la enorme viga que no vemos en el nuestro. Claro que es exagerada, probablemente tomada de un refrán de la época: como era exagerada la diferencia entre los diez mil talentos que le fueron perdonados a un siervo y los pocos denarios que él no supo condonar.


El aviso es claro: «os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros». Si nuestra medida es de rigor exagerado, nos exponemos a que la empleen también contra nosotros. Si nuestra medida es de misericordia, también Dios nos tratará con misericordia. Es lo mismo que afirma aquella petición tan peligrosa del Padrenuestro: «perdónanos como nosotros perdonamos».


b) ¡Cuántas veces nos dedicamos a juzgar a nuestros semejantes! Juzgar significa meternos a fiscales y a jueces. Con frecuencia, lo hacemos sin tener en la mano todos los datos de su actuación y sin darles ocasión de defenderse, sin escuchar sus explicaciones.


Los defectos que tenemos nosotros no los vemos, pero sí la más pequeña mota en el ojo del vecino. Se nos podría acusar de ser hipócritas, como el fariseo que se gloriaba ante Dios de «no ser como los demás», sino justo y cumplidor.


Jesús nos enseña a ser tolerantes, a no estar siempre criticando a los demás, a saber cerrar un ojo ante los defectosde nuestros familiares y vecinos, porque también ellos seguramente nos perdonan a nosotros los que tenemos y no nos los están echando en cara cada día.


«Volveos de vuestro mal camino» (1ª lectura II)


«No juzguéis y no os juzgarán» (evangelio)


«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?» (evangelio)




12:41
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