Pequeñas reflexiones que estoy ofreciendo a los feligreses en las misas de hoy.
Una verdad: que en la Eucaristía está Cristo realmente presente
Así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1374: “En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente».
Es decir que la Eucaristía no recuerda, significa ni simboliza a Cristo. En la Eucaristía está REALMENTE PRESENTE EL Señor.
Primera consecuencia: gratitud y adoración
Ante este gran misterio no cabe sino la gratitud, el reconocimiento del don y la adoración permanente al Señor.
Segunda consecuencia: acercarse a recibir la Eucaristía en condiciones adecuadas
Si lo que recibimos es el mismo Cristo, no podemos hacerlo de cualquier manera.
Comulgar de forma adecuada es prenda de salvación. Hacerlo indignamente lleva a la condenación. Por tanto, y como ejemplo, no podemos acercarnos a la comunión si faltamos a misa un domingo, si hay una vida de pareja fuera del sacramento del matrimonio, pecados contra la pureza, robo, calumnia o difamación… Si no hay confesión sacramental previa y propósito de enmienda, la comunión se hace imposible.
Tercera consecuencia: compartir la Eucaristía lleva a la solidaridad con el pobre
Esto lo entiende cualquiera. Difícilmente se entenderá compartir un mismo sacramento, compartir al mismo Cristo, si luego permitimos que los hermanos se mueran de hambre.
Pues esto es lo que estoy desarrollando en las homilías de este domingo del Corpus. Y se me ha ocurrido ponerlo aquí por si a alguien le sirve.
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