“Vosotros rezad así: “Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en la tentación” (Mt 6,7-15)
“Hay tres maneras de orar a Dios: Dios mío, ténsame. Si no me pudriré. Otro dice: Dios mío, no me tenses demasiado porque me romperé. Un tercero reza: Dios mío, ténsame cuanto puedas, aunque me rompa.” (Kazantzaki) ¿Cuál de los tres te sienta mejor?
Jesús nos puso la oración mucho más simple y a la vez más complicada.
Porque para Jesús la oración de camionadas de palabras.
Porque el Dios a quien Jesús nos pide rezar es “Padre”.
Y los padres suelen tener muy buen oído cuando los llaman sus hijos.
Además Jesús nos enseñó que para rezar bien era preciso:
Ponernos en experiencia de Dios Padre.
Ponernos en experiencia de nosotros hijos.
Ponernos en experiencia de hermanos.
Ponernos en experiencia de hogar y de familia.
Cuando reces, di: santificado sea tu nombre.
A ti que te gusta alabar e incensar a los demás, ¿para cuándo dejas de sentir la alegría de la grandeza de Dios?
Haz de tu oración el éxtasis y la admiración.
Quédate pasmado mirándolo a Él.
Cuando reces, di: venga tu Reino.
Ya está bien de tanto pedir para ti.
Al menos hoy, podías preocuparte en tu oración de pedir por los demás.
Está bien que pidas por tus triunfos y tus éxitos.
Pero, ¿no estarán primero los éxitos y los intereses de Dios?
¿No podías pedir hoy por el triunfo de Dios en la historia?
Orar es sentir los planes y proyectos de Dios.
Mejor dicho es hacerlos tuyos.
Y es comprometerte arrimando tu hombro.
Cuando reces, di: hágase tu voluntad.
Pero por favor, no le regatees luego la tuya.
No sea que pidas que se haga la voluntad de Dios
y en el camino le enchufes la tuya.
Y peor aún, no confundas la voluntad de Dios con lo que a ti te interesa.
Eso es fraude.
Descubre cuál es la voluntad de Dios sobre ti mismo. Y dile “hágase tu voluntad.
Descubre cuál es la voluntad de Dios sobre el mundo.
Y dile aquí estoy para ayudarte.
Cuando reces, di: danos el pan.
Pero no para que lo amontones o te comas el pedazo que le toca a los demás.
Dios regala pan a los pobres repartiendo el tuyo.
No olvides que la mitad de tu pan le pertenece a los que pasan hambre.
Cuando reces, di: perdónanos…
Claro, que te perdone.
Pero la única manera de que el perdón de Dios llegue a ti,
es si tú ya has perdonado a los demás.
No pidas si no eres capaz de dar.
Cuando reces, di: no nos dejes caer…
Pero, claro, luego no te hagas el fanfarrón de ponerte en el filo del peligro.
Dios no se responsabiliza por los cobardes.
Pero tampoco apuesta por los equilibristas.
Bueno, ahora atrévete a rezar hoy un poco más que ayer.
Al principio lo harás con miedo, con recelo y hasta con cierta desconfianza.
Con Dios sucede como con las personas.
La primera vez que las conoces te parecen distantes.
Luego terminas viéndolas muy cercanas a ti.
La oración acorta las distancias entre tú y Dios.
Atrévete hoy a rezar. ¿En qué momento? ¿Y por qué siempre hemos de andar buscando el momento oportuno? Los niños nunca hablan oportunamente. Para ellos no existen oportunidades. Ellos hablan, aunque los mayores se fastidien y los manden callar. Si esperas a tener oportunidades para hablar con Dios, nunca las encontrarás.
Eso sí, cuando reces, mejor que hables poco tú
y dejes hablar más a Dios en ti.
Clemente Sobrado C. P.
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