Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
1. «Con correas de amor».
La primera lectura nos describe el amor de Dios por su «hijo» Israel. Se trata de un amor que se manifiesta bajo todas las formas de ternura. De la misma manera que los padres miman al hijo, lo llevan en brazos, lo dan de comer y más tarde le enseñan sus primeros pasos, así también se ha comportado Dios con su hijo elegido. Pero al igual que los padres a menudo no reciben ningún agradecimiento por sus desvelos, así también Dios no cosechará más que ingratitud por parte de su hijo Israel. El Señor lo «ha atraído con cuerdas humanas, con correas de amor», pero son precisamente esas cuerdas las que impulsan al hijo a liberarse de ellas y a hacerse independiente: no de los padres humanos, sino de Dios, el amor por antonomasia. Y ahora: ¿qué hará Dios? El, que quería envolver al hijo con cadenas de amor, se encuentra ahora prisionero de esas mismas cadenas, porque no solamente tiene amor sino que es el amor. Porque «soy Dios y no hombre». Aquí el corazón de Dios aparece al desnudo: El no puede irritarse, ni destruir, como sería lo justo; no puede abandonar al hijo infiel que se ha ido de casa -aquí se vislumbra ya la imagen del padre de la parábola del hijo pródigo-, debe esperarlo, correr a su encuentro, abrazarlo y dar una fiesta en su honor.
2. «Comprender el amor cristiano, que trasciende toda filosofía».
En la segunda lectura se expresa precisamente esto: el amor de Dios, que siendo el más libre se encadena a sí mismo, se ata por fidelidad a su alianza, que ha sido rota de muchas maneras por su socio humano, el cual (como muestra el matrimonio de Oseas con una prostituta) muestra una fidelidad casi ridícula, casi desdeñosa, sigue siendo incomprensible para el hombre. Pablo llega incluso a exigirnos que comprendamos precisamente esto que es incomprensible, que reconozcamos la locura de Dios como su suprema sabiduría, porque «la locura de Dios es más sabia que los hombres», es «un saber divino y secreto» (1 Co 1,25; 2,7). Por eso, «el que se las da de listo al modo de este mundo, vuélvase necio para ser listo de veras» (ibid. 3,18), y por eso también los cristianos deben convertirse en «unos locos por Cristo» (ibid. 4,10). En todo esto se trata únicamente del amor de Dios, un amor ante cuyo encanto y soberano designio todos los demás atributos divinos (por ejemplo, la omnipotencia y la omnisciencia) quedan como relegados. Esto es lo que el cristiano debe comprender.
3. El que lo vio da testimonio.
El evangelio del corazón traspasado de Jesús aporta la prueba de lo que se ha dicho en las lecturas. Su verdadero sentido sólo es perceptible para el cristiano que es capaz de ver en la muerte del Hijo el signo supremo del amor del Padre, y por eso ese cristiano será también el único que comprenda la solemnidad del testimonio del discípulo amado. Los brutales soldados romanos, que no sólo crucificaron a Jesús, sino que le quebraron las piernas y le atravesaron el corazón con la lanza, son, sin saberlo, instrumentos humanos para que se cumplan las profecías anunciadas desde antiguo. Lo que aquí se abre es el corazón del propio Dios (el corazón de Jesús no puede separarse del Padre y del Espíritu); lo más profundo, lo último que Dios puede dar de sí mismo, fluye y la herida permanece eternamente abierta: todavía al fin del mundo «Mirarán al que atravesaron». Ciertamente no se puede decir que la crueldad de los pecadores haya aumentado el amor de Dios (que supera todo conocimiento), pero sí que la actitud de la criatura para con su Creador ha permitido contemplar los abismos que esconde dentro de sí este amor.
HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
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