Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) – Ciclo A
Hace unos días, alguien me envió a mi correo electrónico, una leyenda que dicen que es china, yo, la verdad que no lo he averiguado. Pero ya la conocía. Hasta donde recuerdo se trata de ¿cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno? Dice el cuento que la diferencia es muy pequeña.
El maestro quiso que su discípulo lo experimentase por su cuenta. Para ello, lo llevó al infierno primero. Y se dio con una sala. Al centro una mesa llenita de arroz. Y en torno, a los condenados, cada uno con una cuchara muy larga en la mano. Tan larga que, cuando quería meter el arroz en su boca hambrienta le era imposible. Allí estaba el arroz. Y todos se morían de hambre. Lo pasó luego a otra sala, la del cielo. La escena era la misma. ¿Y dónde está la diferencia si el panorama es el mismo? ¿Tú crees que es el mismo? ¿No te das cuenta de que aquí comen todos y ninguno pasa hambre? La gran diferencia está en que el infierno cada uno piensa en su propia hambre, mientras que aquí cada uno piensa en el hambre del otro. Nadie come de su propia cuchara, sino de la cuchara del otro.
Por más que la leyenda sea demasiado materialista para graficar tanto el infierno como el cielo, tiene un contenido bastante gráfico. El infierno del egoísmo del que no come ni da de comer. Y la felicidad del que se olvida de su propia hambre para que coman los demás.
¿No es éste el simbolismo y significado de esta Festividad del Cuerpo y Sangre de Cristo?
La fiesta del “Cuerpo entregado por vosotros”.
La fiesta de la Sangre “derramada por todos vosotros”.
La fiesta de Dios “hecho pan” para que nadie tenga hambre.
La fiesta de Dios “hecho pan” para que todos puedan comer”.
El mundo para muchos es un infierno.
Nadie piensa en el otro. Nadie se preocupa del otro.
Nadie cede el paso al otro. Nadie busca la alegría del otro.
El mundo es una especie de zoológico de todos los egoísmos.
Pero, eso sí, todos nos quejamos de que:
Hay hambre. Hay pobres. Hay tristes.
Hay corazones solitarios. Hay corazones sin esperanza.
¿Te atreverías tú a convertir el mundo en un cielo en la tierra? ¿Te parece difícil?
Al menos, confesemos que es posible. Este será el primer paso.
Este fue el intento de Jesús en la multiplicación de los panes.
Sintió lástima de aquella gente que le seguía con el estómago vacío.
Cuando quiso dar una respuesta, los discípulos creyeron que era imposible.
El único que creyó que era posible fue Jesús.
Y ese fue el intento de Jesús cuando dijo a sus discípulos: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”.
Ya no se trata de dar y repartir panes. Se trata de darse uno mismo como pan a los demás. Se trata de ser el pan que los demás puedan comer.
Reclamó los cinco panes y los dos peces que tenían. Los liberó del egoísmo del grupo.
Y los puso en libertad para que todos pudiesen comer. Y comieron y comieron lo que quisieron. Y aún sobró…
En la Ultima Cena tomó el pan que había sobrado en la mesa, lo bendigo e hizo el milagro. No de multiplicarlo, sino convertirlo en su propio cuerpo y así darse El mismo como pan.
El mundo no será feliz por el hecho de que la Bolsa de Valores esté en auge.
El mundo no será feliz por el hecho de que el producto bruto haya crecido.
El mundo no será feliz porque los impuestos recaudados hayan subido la reserva nacional.
El mundo no es feliz cuando cada uno piensa sólo en sí.
Pensando en nosotros podemos ser testigos de que el pan abunda, pero la mayoría sigue con hambre.
Tendremos la cuchara en la mano, pero seguiremos con hambre. El egoísmo hace cucharas demasiado grandes para que pueda comer con ellas.
El mundo comienza a ser feliz, a hacerse un pedacito de cielo, cuando:
Yo me olvido de mí para pensar en ti.
Yo me olvido de mi comodidad y pienso en la tuya.
Yo me olvido de mi hambre y pienso en la tuya.
Yo me olvido de mi sed y te doy de beber a ti.
Yo me olvido de mi vestido y te regalo uno a ti.
Yo me olvido de mis necesidades y me preocupo de las tuyas.
La sociedad comenzará a ser distinta:
Cuando mi cuchara no me alimente a mí, sino que te dé de comer a ti.
Cuando mi arroz lo comparta contigo.
Cuando mi pan sea también tu pan.
Cuando mi vida sea parte de la tuya.
Ya ves, la diferencia entre el cielo y el infierno parece pequeña y es enorme.
Es la diferencia entre “el amor y el egoísmo”.
Es la diferencia entre “todo es para todos”, o “todo lo quiero para mí”.
Es la diferencia entre “lo mío es solo para mí”, y lo “tuyo también es mío”.
Señor: Hoy celebramos el misterio de Cuerpo hecho pan. Y el misterio de tu Sangre hecha vino. Celebramos el misterio de tu vida que ya no te pertenece y nos regalas generoso a todos. Celebramos el misterio de tu muerte que se hace vida de todos.
Tu mesa es la mesa de todos. Tu pan es el pan de todos. Tu vino es el vino de todos.
Cuando salgas a nuestras calles en esa Procesión del Corpus, fíjate al pasar cuántos están necesitando de pan, de alegría, de paz, de esperanza. Y son hermanos tuyos. Y decimos que también nuestros. Todos podemos comer tu pan. Pero el nuestro solo es para nosotros. Discúlpanos, Señor.
Clemente Sobrado C. P.
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