“La gente decía admirada: “¿De dónde saca este esa sabiduría esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? Entonces ¿de dónde saca todo eso? Y aquello les resultaba escandaloso. Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe”. (Mt 13,54-58)
Celebramos hoy la memoria de San José obrero, instituida por el Papa Pío XII.
Resultan interesantes dos cosas:
No se trata de José, el Santo Padre adoptivo de Jesús.
El hombre del silencio ante el misterio de la encarnación.
Y a Jesús le reconocen como “el hijo del carpintero”.
Es la fiesta en la que la Iglesia:
Quiere poner de relieve la dignidad del trabajo.
Quiere poner de manifiesto el valor humano y espiritual del trabajo.
Quiere poner de manifiesto el trabajo como el medio de conseguir el pan de cada día.
Así lo reconocía el Papa Pablo VI en l964 en su visita a Nazaret:
“el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan solo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble”.
¿No les parece maravilloso pensar que José, con su trabajo de carpintero, alimentó nada menos que al Hijo de Dios?
Jesús creció comiendo el pan ganado con las manos de José.
Jesús creció y se alimentó durante treinta años de lo que se ganaba dignamente en la carpintería de José?
Jesús comió durante treinta años:
El pan que olía a madera.
El pan que olía a esfuerzo diario.
El pan que olía a trabajo digno.
El pan que olía a manos endurecidas con la madera.
Dios no nos dio el pan ya cocido en el horno.
Dios no nos dio el trigo ya segado.
Dios no nos dio las cosas hechas.
Pero nos dio la capacidad del trabajo para poder vivir.
Nos dio la capacidad de ser nosotros mismos quienes sembremos y seguemos el trigo.
El pan que comemos en la mesa huele a trabajo.
El pan que comemos en la mesa huele a sudor y esfuerzo.
El pan que comemos en la misa huele a dignidad humana.
El Papa Francisco en una de sus homilías en Santa Marta, sale al paso de otro pan. Y que él llama “pan sucio”. Comenta L´Osservatore Romano:
“El papa Francisco denunció este viernes la cultura del soborno y la corrupción que impera tanto a nivel público como privado, “un dinero sucio” que se convierte en “pan sucio para los hijos”, dijo.
Para el Papa argentino recibir sobornos “es un pecado grave”, advirtió durante la misa que celebra todas las mañanas en la Casa Santa Marta, dentro del Vaticano.
“Se comienza con un sobre y después es como la droga”, clamó ante el pequeño grupo de personas que asistían.
“Dios recomendó llevar el pan a la casa con nuestro trabajo honesto” y “no dar de comer a los hijos con pan sucio”, explicó.
“Hijos, quizás educados en colegios caros, quizás crecidos en ambientes cultos, que han recibido de su papá como alimento la suciedad, porque su padre, llevando pan sucio a casa ha perdido la dignidad. ¡Y esto es un pecado grave!”, afirmó.
El Papa mencionó también a algunos “administradores de empresas, administradores públicos, administradores del gobierno”, que si bien pueden ser “no tantos”, caen en “una costumbre mundana y fuertemente pecaminosa”.
Pan que no huele a sudor sino a corrupción.
Pan que no huele a trabajo sino a corrupción.
Y no solo pan:
Vestidos que huelen a sucios, aunque parezcan limpios.
Joyas que huelen a sucias, por más que brillen en nuestro cuerpo.
Casas que huelen a corrupción, que son muy bonitas, pero huelen a sucio.
Hoy, San José obrero, debiera ser una llamada:
Al “pan limpio”.
Al pan que huele a cuerpos cansados.
Al pan que huele a la dignidad del corazón.
Al pan, a los vestidos, a los carros, a las casas que huelen a la dignidad del trabajo.
No al pan, a los vestidos, a los carros, a las casas que huelen a la sucia corrupción.
Clemente Sobrado C. P.
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