4 de septiembre, miércoles de la XXII semana durante el año.

J, J. Bridges

J. Bridges



1. (Año I) Colosenses 1,1-8


A partir de hoy, y durante ocho días, leeremos la Carta de Pablo a los cristianos de Colosas, una ciudad que estaba en Frigia, a unos doscientos kilómetros de Efeso, en el Asia Menor, actual Turquía.


Pablo no había fundado aquella comunidad, ni la conocía. Había sido su discípulo Epafras el evangelizador de aquella región. Pablo les dirige una carta amable, hacia el año 63, cuando estaba en Roma en arresto domiciliario. Se ve que aquellos cristianos, aunque no conocían personalmente a Pablo, habían oído hablar mucho y sentían “un profundo amor” por él.


Por el contenido de su misiva se entrevé la vida de aquella comunidad, mezcla de griegos y judíos, también con algún problema doctrinal: por ejemplo la tendencia “gnóstica”, la dualidad de su visión cósmica, tal vez con un excesivo aprecio de los ángeles, mientras que los cristianos sitúan claramente a Cristo en el centro de toda su cosmovisión. Por eso la Carta es muy “cristológica”.


a) La primera página de esta Carta es un saludo afectuoso y lleno de optimismo. Pablo tenía buenas noticias de aquel “pueblo santo que vive en Colosas”: tiene fama “vuestra fe en Cristo Jesús y el amor que tenéis a todo el pueblo santo”. Buen retrato de una comunidad.


Pablo aprovecha para decirles que la fe en Cristo, “el mensaje de la verdad, se sigue propagando y dando fruto en el mundo entero”.


El salmo hace un eco amable a este saludo: “confío en tu misericordia, Señor… proclamaré delante de tus fieles: tu nombre es bueno”.


b) Ojalá se pudiera decir de todas nuestras comunidades -las diócesis, las parroquias, las comunidades religiosas, los diversos movimientos y asociaciones- que son famosas por su “fe en Cristo Jesús” y su “amor a todos los demás” y que “les anima en todo la esperanza”.


Luego pueden añadirse más cosas organizativas y vistosas. Pero lo principal es que existan estas tres virtudes llamadas teologales, las básicas de todo cristiano: la fe, la esperanza y la caridad. Éste es el mejor adorno de una comunidad, y la mejor garantía de que su presencia en medio de la sociedad será eficazmente misionera.


2. Lucas 4,38-44


a) Lo que Jesús anunció en Nazaret lo va cumpliendo. Allí dijo, aplicándose la profecía de Isaías, que había venido a anunciar la salvación a los pobres y curar a los ciegos y dar la libertad a los oprimidos.


En efecto, hoy leemos el programa de una jornada de Jesús “al salir de la sinagoga”: cura de su fiebre a la suegra de Pedro, impone las manos y sana a los enfermos que le traen, libera a los poseídos por el demonio y no se cansa de ir de pueblo en pueblo “anunciando el reino de Dios”. En medio, busca momentos de paz para rezar personalmente en un lugar solitario.


Desde luego, el Reino ya está aquí. Ha empezado a actuar la fuerza salvadora de Dios a través de su Enviado, Jesús.


b) Buen programa para un cristiano y sobre todo para un apóstol. “Al salir de la sinagoga”, o sea, “al salir de nuestra misa o de nuestra oración”, nos espera una jornada de trabajo, de predicación y evangelización, de servicio curativo para con los demás y a la vez de oración personal.


¿Ayudamos a que a la gente se le pase la fiebre? ¿a que se liberen de sus depresiones y males? ¿atendemos a los que acuden a nosotros, acogiéndoles con nuestra palabra y dedicándoles nuestro tiempo? ¿nos sentimos obligados a seguir anunciando la buena noticia del Reino, sea cual sea el éxito de nuestro esfuerzo? ¿y lo hacemos todo en un clima de oración?


Podemos revisar dos significativos rasgos de esta página. a) Jesús, en medio de una jornada con un horario intensivo de trabajo y dedicación misionera, encuentra momentos para orar a solas. b) Y no quiere “instalarse” en un lugar donde le han acogido bien: “también a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios”. Para que evitemos dos peligros: el activismo exagerado, descuidando la oración, y la tentación de quedarnos en el ambiente en que somos bien recibidos, descuidando la universalidad de nuestra misión.


Cristo evangelizador. Cristo liberador. Cristo orante. Fijos nuestros ojos en él, que es nuestro modelo y maestro, aprenderemos a vivir su mismo estilo de vida. Dejándonos liberar de nuestras fiebres y ayudando a los demás a encontrar en Jesús su verdadera felicidad.


“Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás” (salmo I)


“Tengo que anunciar el reino de Dios, para eso me han enviado” (evangelio)




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