“Al hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente le andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese. Pero él les dijo: “También a otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado”. (Lc 4,38-44)
Jesús no es de los que se instala.
Jesús no es de los que se acomoda y se queda en un lugar.
Jesús tiene más de peregrino que de instalado.
Jesús tiene más de caminante que de sentado.
Jesús es el hombre de los caminos.
Siente necesidad de andar de pueblo en pueblo.
No es misionero de cátedra y púlpito.
Jesús es misionero itinerante, un correcaminos.
No tiene despacho episcopal ni parroquial.
No tiene secretarias que le lleven los libros.
Es él mismo el que sale a los caminos al encuentro de los hombres.
Tampoco es de los que va en carro, porque tiene prisas en llegar.
Su carro son sus pies y sus sandalias.
Así puede encontrarse con la gente de a pie como él.
La gente trata de retenerle.
Trata de hacer que se quede con ellos.
Pero Jesús sabe que no ha venido para unos cuantos.
Sabe que su misión “son todos”.
“También a otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, para eso me han enviado”.
No espera, es él quien va.
No espera, es él quien sale al encuentro.
El Evangelio es para los caminos.
El Evangelio es para llevar la buena noticia a las aldeas y pueblos.
Dos tentaciones:
La de querer hacernos dueños de El.
La de querer retenerlo con nosotros.
La de querer instalarlo en medio de nosotros.
Que la gente que lo buscaba lo necesitaba, es cierto.
Pero también el resto de pueblos lo necesitaban.
Que no solo existimos nosotros, sino que también existen otros muchos.
Que no solo tenemos que atender a los nuestros.
También los demás necesitan escuchar la Palabra del Evangelio.
Pablo lo sabía muy bien.
Fundaba una comunidad y luego se largaba a fundar nuevas comunidades.
Dios no es propiedad privada de nadie.
Dios es propiedad de todos.
La otra tentación es la de esperar.
La tentación de sentirnos indispensables en este lugar e instalarnos.
La tentación de sentirnos que tenemos que conservar lo que sembramos.
La tentación de hacernos dueños de nuestra comunidad y nos olvidamos del resto.
Los pies anuncian el Evangelio más que los sillones.
Los caminos son más evangélicos que los sillones.
Los caminos nos hacen llegar a los que no vienen.
Los caminos nos hacen ir a donde también se nos necesita.
La Evangelización tiene que regresar a los caminos.
La Evangelización tiene que salir a los caminos.
La Evangelización tiene que pensar más en los que todavía no están.
La Evangelización tiene que arriesgarse más con los que aún no le conocen.
La semilla sembrada deberá de crecer por sí sola.
Pero es preciso sembrar otros campos.
No sembremos sobre lo sembrado, sino allí donde la tierra todavía está infecunda.
“También el Evangelio es para ellos”.
Clemente Sobrado C. P.
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