Lex orandi, lex credendi


Es un antiguo principio que debemos asimilar: "lex orandi, lex credendi". Viene a significar que "la ley de la oración es la ley de lo que se cree". ¿Qué se quiere afirmar con ello?



Lex orandi, lex credendi. Lo que se reza en la liturgia es siempre expresión de la fe de la Iglesia. De ahí el altísimo valor que poseen los textos litúrgicos pronunciados en la divina liturgia. Ellos son una fuente de referencia primera de la fe de la Iglesia.


Antes incluso de la formulación de los distintos dogmas, precisando el contenido de la fe ortodoxa, la fe se hallaba ya celebrada y cantada por oraciones, himnos y plegarias de la Iglesia, así como por los ritos con los que se celebra.



Los textos litúrgicos, con su lenguaje orante, poético, evocador, manifiestan la fe de la Iglesia. No son formulaciones frías, conceptuales, sino que el lenguaje litúrgico está pensado para la oración, con belleza y elegancia, jugando con las figuras bíblicas y la tipología de los Padres, de manera que no pretenden directamente ser un lenguaje escolástico, para memorizar como una definición, sino ser plegaria que contemple e introduzca en el Misterio.


El Magisterio de la Iglesia a la hora de definir los dogmas, los teólogos cuando reflexionan y escriben, acuden primero a ver qué ha dicho la Iglesia, durante siglos, en sus oraciones, y encuentran una base germinal que luego sistematizan.


El pueblo cristiano durante siglos ha tenido, como única instrucción y catequesis, escuchar e interiorizar, año tras año, las oraciones pronunciadas en la liturgia. Éstas eran más que suficientes para avanzar en el conocimiento de la fe.


De lo cual -lex orandi, lex credendi- hemos de sacar dos conclusiones, igualmente importantes:


1) Puesto que los textos litúrgicos expresan claramente la fe de la Iglesia, nadie debe cometer la osadía de cambiarlos, mutilarlos o improvisar oraciones y plegarias en la liturgia, porque ya no llevarán el sello de la eclesialidad. Los textos litúrgicos se reciben como un don que hay que preservar y transmitir íntegros y es un abuso reprobable que alguien modifique la plegaria de la Iglesia a su antojo.


2) Puesto que los textos litúrgicos expresan la fe de la Iglesia, sería un buen método espiritual, sugerente, empezar la sana costumbre de meditarlos en la oración personal, integrarlos en la dinámica de nuestra meditación. De esta manera, nuestra oración personal saldría del subjetivismo en que a veces la introducimos, tendrían una garantía segura por la autoría eclesial -no de un escritor espiritual de moda-, conoceríamos renovadamente la fe profesada por la Iglesia con gran variedad y nuestra participación en la liturgia sería una participación nueva, más activa y más interior, al tener familiaridad espiritual con los textos litúrgicos que se pronuncian.


Con estas perspectivas de fondo, sigamos la recomendación de un grandísimo teólogo, Von Balthasar, cuando dice:



"La norma de orar es la norma de creer. Las fórmulas que oficialmente emplea la Igelsia en la liturgia, por ejemplo en el canon de la santa misa, apuntan siempre a las diversas dimensiones del misterio. El que mentalmente vive estas oraciones, tal cual la Iglesia las enuncia y entiende, sin pensar que durante la oración necesiten una monda desmitologizadora, puede estar seguro de tener ante los ojos lo Incontenible" (VON BALTHASAR, H. U., Puntos centrales de la fe, BAC, Madrid 1985, p. 393).




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