“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los trabajadores a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” ¿Quieres que vayamos a arrancarla?” “No, porque, al arrancar la cizaña, podrían arrancar también el trigo. Déjenlas crecer juntas, hasta la cosecha”. (Mt 13,24-30)
En el Credo, todos recitamos “creo en la Iglesia una, santa”.
Pero también recitamos “creo en el perdón de los pecados”.
Santidad y pecado no se conllevan.
Y sin embargo crecen juntos.
Tienen origen distinto:
La santidad es la semilla sembrada por Dios.
El pecado es sembrado por el enemigo.
Es la triste realidad de la Iglesia, como también del corazón humano.
San Pablo tiene experiencia de ello: “Sé lo que debo hacer y hago lo contrario”.
Es la realidad del bien y del mal.
Ambos tienen origen diferente.
Pero ambos conviven en la misma tierra.
Todos llevamos la gracia en nuestro corazón.
Pero todos somos víctimas del pecado.
Es el eterno misterio del bien y del mal.
Es el eterno misterio de esa lucha que todos llevamos dentro.
Es el eterno misterio de la Iglesia:
Iglesia santa.
Pero Iglesia que necesita del perdón.
Iglesia donde el bien y el mal crecen juntos.
Iglesia donde santos y pecadores se encuentran cada día.
Dos reflexiones que se nos imponen:
Dios es el sembrador del bien.
El mal no procede de Dios.
Por eso es falso cuando decimos ¿por qué Dios me envía esto o lo otro?
Somos demasiados los que culpamos a Dios de lo malo que nos sucede.
Somos demasiados los que culpamos a Dios de lo malo que sufrimos.
¿Por qué me sucede esto, si yo soy gente de bien?
¿Por qué Dios me envía tales desgracias?
Y nos olvidamos de las verdaderas causas.
Nos olvidamos que el egoísmo es causa de muchos de nuestros sufrimientos.
Nos olvidamos de que no tenemos trabajo porque otros quieren ganar más.
Nos olvidamos de que alguien nos ha calumniado por su corazón podrido.
Nos olvidamos de que alguien nos ha robado el pan que es nuestro, por ganarse alguito más.
Nuestra reacción es la de cuestionar el por qué del mal.
Y nuestra tentación es:
la de arrancar el mal o la cizaña que hay en la Iglesia.
la de una Iglesia solo de santos.
la de una Iglesia que excluya y eche fuera a los malos.
Y nos olvidamos:
Que no somos nosotros quienes debemos juzgar a los malos.
Que no somos nosotros quienes debemos arrancar a los malos.
Que no somos nosotros quienes hemos de hacer la selección.
Eso le corresponde a Dios.
Pero cuando llegue el tiempo de la cosecha.
Cuando llegue el tiempo final de la selección.
Que los que hoy son malos, mañana pueden ser buenos.
“Podemos arrancar también el trigo”.
A nosotros lo único que nos corresponde es:
No dormirnos, mientras otros están despiertos.
No dormirnos, mientras otros siembran el mal.
No dormirnos, mientras otros siembran cizaña.
Está bien que nos duela ver el trigo con la cizaña en la Iglesia.
Pero peor está el que dejemos que otros siembren cizaña mientras dormimos.
Pero peor está el que nos escandalicemos de una Iglesia donde gracia y pecado son parte de nuestra realidad.
Peor está el que los buenos nos echemos a dormir y luego nos llevemos el susto de lo malo que nos rodea.
Más que pensar en arrancar la cizaña, mejor si estamos despiertos y atentos a cuidar nuestro trigo.
La Iglesia es santa.
Pero también en ella existe el pecado.
¿Por qué en vez de escandalizarnos de la cizaña en la Iglesia, no nos preguntamos por qué nosotros nos echamos a dormir?
Que el pecado en la Iglesia se debe al enemigo que lo siembra.
Pero también a los buenos que nos dormimos tranquilamente.
En vez de pensar en excluir a los malos, mejor nos preocupamos de vivir atentos y despiertos.
Clemente Sobrado C. P.
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