1. (Año II) Jeremías 13,1-11
a) Las acciones simbólicas les sirven a los profetas para expresar su mensaje con una pedagogía popular. En este caso, Jeremías hace el gesto del cinturón de lino.
Un cinturón de lino puede ser un adorno muy hermoso, ceñido al vestido. Pero si se deja mojar y no se cuida, se estropea y ya no sirve para nada. Así le pasa al de Jeremías: escondido en el río Éufrates, al cabo de un tiempo, está ya totalmente podrido y no se puede ni presentar.
La intención es simbólica. El cinturón es el pueblo de Israel, que en otro tiempo fue tan hermoso que el mismo Dios se «lo ponía» como adorno y se alegraba de él. Pero la idolatría lo ha estropeado. Ya aquí, en su tierra, tentado por otros dioses. Pero mucho más en los países paganos del Norte: el Eufrates en Babilonia, que sería el lugar del destierro y de la contaminación. No hace falta pensar que Jeremías viajó hasta allá (más de mil kilómetros). Es un gesto que simboliza los «viajes» que el pueblo infiel hace fuera de la casa paterna. Y, entonces, Israel ya no sirve para nada.
b)Se nos puede aplicar muy bien la parábola a nosotros.
Los cristianos -y más si somos religiosos o ministros ordenados- deberíamos ser el adorno de la Iglesia, y Dios mismo tendría que poder estar orgulloso de nosotros. Como de un lazo vistoso y de un cinturón que adorna el vestido.
Pero corremos también el peligro de estropearnos por la «humedad», por las tendencias anticristianas del mundo en que vivimos.
Ojalá no tengamos que oír el lamento del salmo de hoy: «despreciaste a la Roca que te engendró y olvidaste al Dios que te dio a luz… Ellos me han dado celos con un dios ilusorio, me han irritado con ídolos vacíos». El amor va unido a los celos de los que habla el salmo.
¡Cuántas veces comparan los profetas el amor -y el desamor- entre Dios y su pueblo con la fidelidad o la infidelidad en la vida conyugal. «Pero no me escucharon».
Jesús nos dijo que si la sal se estropea, ya no sirve. Que si una luz se esconde, ya no tiene ninguna utilidad. Aquí se nos dice que un adorno estropeado es mejor tirarlo. ¿Nos toca algo de la queja?
2. Mateo 13,31-35
a) Estamos todavía en el capítulo de las parábolas de Jesús: esta vez, dos muy breves, la del grano de mostaza y la de la levadura en el pan.
Un grano de mostaza se convierte en una planta respetable. La intención es clara: Dios parece elegir lo pequeño e insignificante, pero luego resulta que, a partir de esa semilla, llega a realizar cosas grandes.
La levadura también es pequeña, pero puede hacer fermentar toda una masa de harina y permite elaborar un pan sabroso.
Es el estilo de Dios. No irrumpe espectacularmente en el mundo, sino a modo de una semilla que brota y germina silenciosamente y se convierte en planta. Como la levadura, que, también silenciosamente, transforma la masa de harina.
b) Esta manera de actuar de Dios, a partir de las cosas sencillas, se ha visto sobre todo con Jesús. Se encarnó en un pueblo pequeño (a su lado había otros como Egipto, Grecia y Roma), y se valió de personas sin gran cultura ni prestigio (no recurrió a los sumos sacerdotes o doctores de la ley). Pero el Reino que él sembró, a pesar de que fue rechazado por los dirigentes de su tiempo, se ha convertido en un árbol inmenso, que abarca toda la tierra, transformando la sociedad y produciendo frutos admirables de salvación.
También en nuestros días tenemos la experiencia de cómo sigue obrando Dios. Con personas que parecen insignificantes. Con medios desproporcionados. Con métodos nada solemnes ni milagrosos, pero eficaces por su fuerza interior. Y suceden maravillas, porque lo decisivo no son los medios y las técnicas humanas, sino Dios, con su Espíritu, quien da fuerza a esa semilla o a esos gramos de levadura.
La Eucaristía que celebramos es algo muy sencillo. Unos cristianos que nos reunimos, que escuchamos lo que Dios nos quiere decir, y realizamos ese gesto tan sencillo y profundo como es comer pan y beber vino juntos, que el mismo Jesús nos ha dicho que son su Cuerpo y Sangre. Pero esa Eucaristía es como el fermento o el grano que luego fructifica -debería fructificar- durante la jornada, transformando nuestras actitudes y nuestro trabajo.
Tal vez nos gustarían más las cosas espectaculares. Pero «el Reino está dentro» (Lc l 7,20), y no fuera. Y, si le dejamos, produce abundante fruto y transforma todo lo que toca.
Como es increíble lo que puede producir un granito pequeño sembrado en tierra, es increíble y esperanzador lo que puede hacer la semilla del Reino -la Palabra de Dios, la Eucaristía- en nuestra vida y en la de los demás, si somos buen fermento y semilla dentro del mundo.
«Este pueblo que sigue a dioses extranjeros, ya no sirve para nada» (1ª lectura II)
«El Reino de los Cielos se parece a la levadura» (evangelio)
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