1. (Año II) (salas 26.7-9.12.16-19
a) Isaías pone una hermosa oración en boca del pueblo, en un momento de lucidez.
Es como un salmo o una profecía hecha oración: «te esperamos, Señor… mi alma te ansia de noche, porque tus juicios son luz de la tierra… tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú». Son sentimientos muy repetidos en los salmos, rezados aquí en un momento en que amenaza la ruina del pueblo.
Es muy fuerte y expresiva la metáfora del parto. El pueblo se compara a una mujer «encinta cuando le llega el parto y se retuerce y grita angustiada», y tiene que reconocer que, después de tantos esfuerzos, confiando en si mismos, resulta que «concebimos, nos retorcimos, y dimos a luz… viento: no trajimos salvación al país, no le nacieron habitantes al mundo».
b) Una buena lección. El pueblo de Israel irá pronto al destierro. Hubiera sido muy distinto si se hubieran mantenido fieles a la Alianza con Dios. Pero buscaron sus propios caminos y fueron a parar a la ruina.
¡Cuántos fracasos nuestros se parecen a este parto ridículo! Fiados de nuestras propias fuerzas, de nuestras técnicas y de nuestros talentos, parecía que íbamos a resolver todos los problemas. Pero dimos a luz sólo viento. «No traemos salvación al país». Después de tanta propaganda, «no le nacieron habitantes al mundo».
Esto pasa a menudo en la sociedad. En la Iglesia. En el apostolado. Con nuestras solas fuerzas, sólo damos a luz viento. Vamos escarmentando sólo a base de golpes: «en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento».
Orientemos nuestra esperanza según las palabras de Isaías: «mi espíritu madruga por ti… tú nos darás la paz… todas nuestras empresas nos las realizas tú». Entonces sí, «vivirán tus muertos, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo».
O los del salmo: «Tú permaneces para siempre… levántate y ten misericordia de Sión… Que el Señor desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos de los cautivos y librar a los condenados a muerte».
Nos va bien recordar que no somos nosotros quienes traemos la salvación al mundo. Ni los que engendran vocaciones. Sino Dios.
2. Mateo 11,28-30
a) Es muy breve el evangelio de hoy, pero rico en contenido y consolador por demás. Jesús nos invita, a los que podemos sentirnos «cansados y agobiados» en la vida, a acercarnos a él: «venid a mi».
Nos invita también a aceptar su yugo, que es llevadero y suave. Los doctores de la ley solían cargar fardos pesados en los hombros de los creyentes. Jesús, el Maestro verdadero, no. El nos asegura que su «carga es ligera», y que en él «encontraremos descanso».
b) No es que el estilo de vida de Jesús no sea exigente. Lo hemos leído muchas veces en el evangelio y lo experimentamos en la vida. Su programa incluye renuncias y nos pide cargar con la cruz.
Pero, a la vez, él nos promete su ayuda. Cargamos con la cruz, si, pero en su compañía «Yo os aliviaré». Como el Cireneo le ayudó a él a llevar la cruz camino del Calvario, él nos ayuda a nosotros a superar nuestras luchas y dificultades. Cuando nos sentimos «cansados y agobiados», cosa que nos pasa a todos alguna vez, recordemos la palabra alentadora del Señor, que conoce muy bien lo difícil que es nuestro camino.
Así mismo, deberíamos aprender la lección para nuestras relaciones con los demás.
Para que no nos parezcamos a los sabios legalistas que agobian a los demás con sus normas y exigencias, sino a Jesús, que invita a ser fieles, pero se muestra comprensivo con las caídas y debilidades de sus seguidores, siempre dispuesto a ayudar y perdonar. No quiere que nos sintamos movidos por el temor de los esclavos, sino por el amor de los hijos y la alegría de los voluntarios.
Cuando es el amor el que mueve, toda carga es ligera.
«Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti» (1ª lectura II)
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (evangelio)
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