“Exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. (Mt 11,25-27)
Una de las peores cosas que pueden sucedernos en la vida, son los infartos.
Venas obstruidas que no dejan correr la sangre.
Si no son tratados a tiempo, terminan en muerte segura.
La oración de Jesús con su Padre pareciera que está hablando de los infartos de la fe:
Venas obstruidas que no dejan pasar la corriente de la fe.
Venas obstruidas por la autosuficiencia.
Venas obstruidas por el orgullo.
Venas obstruidas por lo que hoy llaman “ciencia”.
Venas obstruidas por lo que hoy llaman “agnosticismo”.
Venas obstruidas por el creer que todo lo sabemos.
Escuchando a Jesús uno termina pensando:
No solo hay infartos del corazón.
Que también hay infartos de la fe.
Que también hay infartos del Evangelio.
Que también hay infartos de Dios.
Que también hay infartos de la Iglesia.
“Porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos”.
Un joven me decía hace poco:
“Padre, yo no puedo decirme creyente en la Universidad, porque que consideran un desfasado, que todavía sigo creyendo en esas antiguallas. Y eso me lo dice el mismo profesor, y me deja en ridículo en la clase. ¿Qué puedo hacer?”
Mi respuesta fue clara:
Pues nada.
Déjale al Profesor con su ciencia.
Tú sigue con tu fe.
Pero eso sí, dile que así como tú respetas su incredulidad, tienes derecho a que él respete tu fe. Al menos, si no compartimos la misma fe, al menos respetemos la democracia de que cada uno piense como quiera.
“Tan malo es que un creyente desprecie a un ateo, como el que un ateo desprecie a un creyente. Vivimos en una sociedad con libertad de pensamiento”.
Jesús da gracias y disfruta compartiendo con su Padre:
La alegría de la gente sencilla.
La alegría de la gente que no vive esclava de lo que llaman “ciencia”.
La alegría de la gente que no tiene la cabeza contaminada de falsas ideologías.
La alegría de la gente que no vive de la ciencia sino de la confianza en Dios.
La alegría de la gente que no tiene esos infartos intelectuales que le impiden correr la sangre del Evangelio.
Para creer no significa que es preciso ser ignorante.
significa que la ciencia no puede ser un obstáculo.
significa que la fe no disminuye la fuerza de las propias ideas.
significa que la sencillez del corazón es el mejor camino.
significa que necesitamos la confianza de hijos.
significa que sabemos poner la ciencia en su lugar y la fe en el suyo.
No es cuestión de pobreza de inteligencia.
No es cuestión de ignorancia.
Es cuestión de sencillez de corazón.
Es cuestión de simplicidad del corazón que se abre a Dios.
Clemente Sobrado C. P.
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