La gracia de Dios nos sorprende siempre. Junto a la cruz de Cristo, compartiendo el mismo suplicio, uno de los malhechores - así le llama el texto evangélico – nos da ejemplo de buen morir: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Este hombre apela confiado a la memoria del Señor.
Jesús nos acoge en su memoria; su recuerdo nos rescata del olvido de la muerte y nos permite abandonarnos con fe en el paso de esta vida a la vida futura. Su memoria es motivo de esperanza: El Señor del tiempo nos abrazará en su “hoy”, nos acogerá en su compañía, nos hará sitio en su casa.
Es un arte aprender a morir y, sobre todo, es un don que debemos implorar con humildad uniéndonos a la esperanza de la Iglesia, porque “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.
San Roque supo morir así, como un verdadero cristiano, como un santo. El sentido de la fe de los creyentes reconoce la presencia de Dios no solo en la vida de los santos, sino también en su muerte, en el tramo final de su existencia terrena. La veneración y el culto popular a los santos constituyen una especie de estela que nos habla del impacto que ellos han dejado en el recuerdo de la Iglesia.
La buena muerte es morir con Cristo, asumiendo la lógica del amor que distinguió toda su vida terrena y su muerte. Un amor que se hace concreto en la obediencia al Padre y en la entrega, en el sacrificio, en favor de los hombres: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
La muerte de Jesús es un dramático resumen en el que se condensa toda su vida y en el que resplandece, de modo paradójico, el misterio de su ser. La mirada de un pagano, de un centurión, supo captar la hondura de esta muerte: “El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: ‘Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios’” (Mc 15,39).
Gracias a la fe san Pablo descubre en la propia muerte un motivo de confianza: “Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia” (Flp 1,21). Tras la muerte espera “estar con Cristo, que es con mucho lo mejor”. Pero esta esperanza solo es posible desde la certeza de que el amor de Dios ha vencido a la muerte y desde la confesión de que “Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (1 Cor 15,20). Jesús va delante, nos precede en el camino de la Humanidad nueva, de la vida que no acaba.
Guillermo Juan Morado.
De esta serie, publicados en Atántico Diario:
Nuestro patrono san Roque, modelo de caridad.
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