Domingo 17 del Tiempo Ordinario – A
Me gustan estas dos parábolas por lo cortitas que son y por la belleza que encierra.
Primero, Jesús compara el Reino de Dios a un tesoro escondido.
Luego, nos habla de la fuerza que ejerce ese tesoro, hasta ser capaces de “venderlo todo por conseguirlo”.
Y no se trata de venderlo todo con la nostalgia de quedarse sin nada, sino la alegría de sacrificarlo todo por él.
Cuando llegué a la selva peruana, se hablaba mucho de que había muchos tesoros escondidos. Mi superior y un amigo mío se entusiasmaron, porque sospechaban que en uno de esos lugares había moneda antiguas escondidas.
Se compraron un detector de metales y se pasaron varias noches cavando. ¡Cuál fue su desilusión cuando se encontraron con un viejo orinal! Tenían una cara de desilusionados que daba pena.
Me imagino la cara que tendrían si logran encontrar el tesoro de esas monedas que buscaban.
Porque, como dice el refrán: “donde está tu tesoro está corazón”.
Yo añadiría: “donde está tu tesoro está la alegría de tu vida”.
“Donde está tu tesoro está la fuerza de la búsqueda”.
Pero creo que son pocos los que viven con gozo y con alegría su fe cristiana. Más bien diríamos que la vivimos con cierta resignación. Nos falta esa alegría y ese optimismo que brota de dentro de nuestro corazón como un manantial de vida. Y todo porque no hemos descubierto la riqueza y la belleza de nuestro ser cristiano, de nuestra vocación cristiana, es decir, el tesoro del Reino.
El que encontró el tesoro, dice el Evangelio:
Se fue corriendo a casa y vendió todo lo que tenía “con alegría”.
No le importó desprenderse de todo, con tal de conseguir algo que para él era importantísimo.
Su alegría y felicidad ya no estaba en lo que tenía sino en lo que había encontrado.
Me pregunto, si los cristianos consideraos:
nuestra fe como un tesoro.
a Jesús como un tesoro.
el Reino como un tesoro.
la Iglesia como un tesoro.
el Evangelio como un tesoro.
nuestra vocación como un tesoro.
¿Se nos notará por la alegría con lo vivimos?
¿Se nos notará por la alegría con que renunciamos a otras cosas?
Mientras no descubramos la importancia de la fe, seremos unos creyentes como obligados.
Mientras no descubramos el verdadero valor de la Iglesia, seremos unos miembros que habitamos en la Iglesia como quien vive en un hotel, pero que no la siente como su propia casa y su propio domicilio, como su hogar.
Mientras no descubramos la belleza del matrimonio, de la familia y del hogar, viviremos en él, pero como quien tiene que seguir adelante, pero sin la alegría del verdadero amor.
Mientras no descubramos la belleza del amor de la esposa o del esposo, seguiremos juntos aguantándonos como podamos.
¿Por qué nos cuesta tanto la fidelidad conyugal? ¿No será porque no hemos descubierto el amor verdadero como el tesoro y el sentido de nuestras vidas?
¿Por qué nos cuesta tanto regresar al hogar y preferimos quedarnos hasta tarde con los amigos?
¿No será porque no hemos descubierto el verdadero tesoro del calor de hogar y de familia?
¿Por qué nos cuesta tanto aceptar los criterios de la moral cristiana?
¿No será porque no hemos descubierto la verdadera belleza del Evangelio? “Donde está tu corazón allí está tu tesoro”.
La alegría de nuestra fe puede ser el camino que lleve a muchos otros al encuentro con Dios.
Yo no sé a cuántos habré puesto en el camino de Dios con mi predicación y mis libros, pero tengo la satisfacción de que la alegría de mi vocación religiosa y sacerdotal, fue el camino para que aquella francesa, a la que pudiéramos titular como el libro de la Sagan “Buenos días, tristeza”,
recuperase su fe, si es que algún día la tuvo,
y se encontrarse con Dios
y reencontrarse con la alegría que nunca había sentido en su corazón.
Sólo podremos ofrecer el tesoro del Reino, cuando nosotros lo hayamos encontrado y hayamos sentido la alegría de “venderlo todo con alegría”.
Señor: Gracias porque algún día descubrí el gran tesoro de tu Reino.
Gracias por la alegría de haberlo dejado todo por ese maravilloso tesoro de mi vocación.
Gracias porque esa mi alegría ha sido el mejor testimonio de haberte encontrado.
Regálanos cada día alegría de tu gracia.
Regálanos cada día la alegría de tu Evangelio.
Regálanos cada día la alegría que invite a otros a encontrarse contigo.
Clemente Sobrado C. P.
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