Santa María Magdalena
“Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó u vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntaron: “Mujer ¿por qué lloras? Da media vueltas y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: Mujer ¿por qué lloras? ¿a quién buscas? Jesús le dice: “¡María!” Ella se vuelve y la dice: “¡Maestro!” (Jn 20,11-18)
El corazón femenino tiene sus intuiciones.
No ve nada, pero sigue buscando.
Es capaz de ver hortelanos y descubrir en ellos a Jesús.
La Magdalena tiene un corazón enamorado de Jesús.
Tiene un corazón que no se resigna a vivir sin Jesús.
Es consciente de cuánto le debe.
Es consciente de dónde la sacó.
Y su corazón no puede olvidar lo que Jesús ha hacho en ella.
No tiene miedo a la oscuridad y acude de madrugada al sepulcro.
Por algo el Papa Francisco nos dice que la Iglesia:
No puede prescindir de “genio femenino”.
La Iglesia necesita de la mujer.
Es la mujer el primer testigo de que Jesús está vivo.
No se queda mirando el sepulcro vacío.
Se dedica a buscarlo.
“Mujer, ¿por qué lloras?”
Cuando el corazón siente el vacío lo expresa en lágrimas.
Cuando el corazón siente el vacío de Jesús lo expresa en ternura.
No importa que esté muerto.
No importa lo hayan robado.
El sigue vivo en su corazón.
Llora la ausencia, porque el corazón sin El se convierte en sepulcro vacío.
Hay demasiadas lágrimas junto a los sepulcros.
Hay demasiadas lágrimas junto a los sepulcros cerrados de los cementerios.
Tal vez porque:
Aún no hemos descubierto que los sepulcros estás vacíos.
Aún no hemos creído de verdad que nuestros seres queridos tampoco están allí.
Aún no hemos creído que nuestros seres queridos también siguen vivos.
Aun no hemos descubierto que la semilla de vida que llevamos dentro, ya ha brotado en nueva vida.
No pueden ser lágrimas de desesperación.
No pueden ser lágrimas de desesperanza.
Aunque también entendemos que cuando los ojos no ven, el corazón llora.
Cuando los ojos no ven nada, el corazón se llena de vacío.
La primera señal de que ha resucitado:
Es encontrarse con El.
Es sentir que Jesús pronuncia nuestro nombre.
María volvió a la vida cuando sintió que Jesús decía su nombre.
“María”.
Recién entonces se le abren los ojos.
Recién entonces comienza a latir el corazón.
Recién entonces comienza ella a vivir.
Recién entonces comienza a ser ella misma.
Y será ella la primera en llevar la noticia a los hermanos.
“Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y vuestro”.
La verdadera alegría pascual se expresa:
Cuando nos sentimos llamados por nuestro nombre.
Cuando Jesús mismo dice nuestro nombre.
Cuando Jesús mismo nos hace testigos de la novedad de la Pascua.
No entenderemos la Pascua porque nos lo contaron.
No entenderemos la Pascua porque nos lo han dicho.
La Pascua es un encuentro.
La Pascua es sentir que el Resucitado dice nuestro nombre.
La Pascua es cuando nos hacemos sus testigos.
La Pascua es cuando regresamos a los hermanos.
La Pascua es cuando somos portadores de la buena noticia.
La Pascua es cuando somos capaces de llevar la alegría a los que están tristes.
La Pascua es cuando en vez de quedarnos a la puerta del sepulcro buscamos entre las flores del jardín.
En el primer jardín fue Dios que buscaba al hombre y decía su nombre: “Adán, ¿dónde estás?”
En el segundo jardín es una mujer que busca a Dios y se siente llamada por él.
Clemente Sobrado C. P.
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