1. (Año II) Isaias 38,1-6.21-22.7-8
a) Hoy leemos a Isaías por última vez, en esta serie de pasajes proféticos suyos.
El rey es ahora Ezequías, hijo de Acaz, mucho mejor que su padre. Pero enferma gravemente y se le anuncia la próxima muerte. El rey dirige entonces a Dios una hermosa oración. El salmo 38, que cantamos como responsorial, se suele identificar como esta oración de Ezequías: «yo pensé: en medio de mis días tengo que marchar hacia las puertas del abismo, me privan del resto de mis años». Y consigue de Dios la curación: «me has curado, me has hecho revivir».
Como le dice el profeta, Dios «atrasa el reloj diez grados»: le concede unos años más de vida. Ezequías es también el que consiguió hacer retroceder al general Senaquerib y sus ejércitos, cuando quería apoderarse de Palestina como paso hacia Egipto.
b) Nuestra oración es siempre escuchada, como la de Ezequías. No sabemos en qué dirección, pero siempre es eficaz, si nos pone en sintonía con el Dios que quiere la salvación de todos.
No hace falta que cada vez se atrase nuestro reloj o que sucedan cosas portentosas.
Como a él, también a nosotros nos dice: «He escuchado tu oración, he visto tus lágrimas…
Os libraré… os protegeré».
Jesús nos urgió también a orar. Ante la constatación de que la mies era abundante y los obreros pocos, Jesús lo primero que nos dijo fue: «rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies». Luego, tendremos que trabajar en la misma dirección de lo que pedimos: la paz del mundo, la abundancia de vocaciones, la solución de los problemas.
Pero la oración es la que nos pone en onda con Dios y su Espíritu. La que nos da fuerzas para seguir luchando y la que nos ayuda a trabajar en la dirección justa.
Si alguna vez nos sentimos desanimados en nuestra empresa o no vemos el final del túnel o la noche parece que no vaya a tener aurora, haremos bien en repetir la oración de Ezequías, el salmo 38, poniéndonos totalmente a disposición de Dios. Ojalá podamos experimentar como el salmista: «los que Dios protege, viven, y entre ellos vivirá mi espíritu; me has curado, me has hecho revivir».
2. Mateo 12,1-8
a) Según los evangelistas, la controversia con los fariseos se refería, una y otra vez, al tema del sábado.
Ciertamente, los fariseos exageraban en su interpretación: ¿cómo puede ser falta arrancar unas espigas por el campo y comérselas? Jesús defiende a sus discípulos y aduce argumentos que los mismos fariseos solían esgrimir: David, que da de comer a los suyos con panes de la casa de Dios, y los sacerdotes del Templo, que pueden hacer excepciones al sábado para ejercer su misión.
Pero la afirmación que más les dolería a sus enemigos fue la última: «el Hijo del Hombre es señor del sábado».
b) La lección nos toca también a nosotros, si somos legalistas y exigentes, si estamos siempre en actitud de criticar y condenar.
Es cierto. Debemos cumplir la ley, como lo hacía el mismo Jesús. La ley civil y la religiosa: acudía cada sábado a la sinagoga, pagaba los impuestos… Pero eso no es una invitación a ser intérpretes intransigentes. El sábado, que estaba pensado para liberar al hombre, lo convertían algunos maestros en una imposición agobiante. Lo mismo podría pasar con nuestra interpretación del descanso dominical, por ejemplo, que ahora el Código de Derecho Canónico interpreta bastante más ampliamente que antes: «se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso («relaxationem») de la mente y del cuerpo» (CIC 1247).
Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando a Oseas: «quiero misericordia y no sacrificios». Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas. No había como para condenarles tan duramente. Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás.
«Señor, acuérdate que he caminado en tu presencia y que he hecho lo que te agrada» (1ª lectura II)
«Quiero misericordia y no sacrificios» (evangelio)
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