(236) La Virgen María, siempre virgen



–Todos te deben servir - Virgen y Madre de Dios - que siempre ruegas por nos - y tú nos haces vivir.


–¡Oh clara virginidad - fuente de toda virtud! - no ceses de dar salud - a toda la cristiandad.



Algunos exegetas católicos están negando que María fue siempre virgen . Aunque admitan la concepción virginal de Jesús –en el mejor de los casos–, según ellos, la Virgen no fue virgen. Al menos, según aseguran, eso es lo que un examen científico, filológico-histórico-crítico, de la cuestión confirma. Más bien fue madre de familia numerosa. Esta tesis no ha provocado un alud de reprobaciones enérgicas de parte de los exegetas y teólogos católicos, pues la mayoría de ellos se atienen a lo «académicamente correcto» en el tiempo actual: dejar que cada uno exprese libremente su pensamiento, sin combatirlo públicamente.



Vittorio Messori, por el contrario, en el capítulo 50 de su obra Hipótesis sobre María (Madrid, LibrosLibres 2012, 3ª ed., pgs. 425-441), hace una buena síntesis de la exégesis católica sobre esta grave cuestión. En lo que sigue haré una síntesis de su síntesis, entremezclando consideraciones suyas y mías. Pero comencemos por señalar, a modo de ejemplo, un exegeta católico que niega el fundamento histórico-evangélico a la fe de la Iglesia en la virginidad perpetua de María.


John P. Meier (1942-) es sacerdote católico, profesor de Nuevo Testamento en la Catholic University of America de Washington, profesor de N. T. en la Notre Dame University de Indiana, ex-presidente de la Catholic Biblical Association, director de la revista Catholic Biblical Quaterly. Uno de los autores más influyentes en los estudios bíblicos actuales del mundo católico.



En los años noventa del pasado siglo publicó en varios volúmenes una obra enorme, traducida a las lenguas principales, titulada Jesus: a Marginal Jew (Jesús, un judío marginal , editada en español por la Edit. Verbo Divino, Estella, España; también en edición digital. En la solapa de la portada se dice que «es, probablemente, el más eminente estudioso bíblico de su generación». El imprimátur original (25-VI-1991) fue concedido por Mons. Patrick Sheridan, vicario general entonces de la diócesis de Nueva York; en 2001 constituido Obispo auxiliar de la misma diócesis.



Este eminente y tan prestigiado autor, tratando de «los hermanos y hermanas de Jesús» citados en los Evangelios, escribe (subrayados míos) que, «si –prescindiendo de la fe y de la enseñanza ulterior de la Iglesia– el historiador o exegeta es llamado a expresar un juicio sobre el Nuevo Testamento y sobre los textos patrísticos que hemos examinado, considerados simplemente como fuentes históricas, la opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús sean verdaderos hermanos». En otros lugares de la obra esta «opinión más probable» se da como una certeza. De este modo Meier, sin negar la fe católica en la virginidad perpetua de María, elimina los fundamentos históricos y exegéticos que la sostienen. Y como él, tantos otros exegetas y teólogos católicos…


La exégesis racionalista, prescindiendo por sistema de la fe en sus investigaciones, no teme llegar a conclusiones contrarias a la fe de la Iglesia. Se inició modernamente en el mundo protestante, exigida lógicamente por la teología liberal. Y concretamente en relación a la Virgen María, tanto la exégesis como la teología protestante liberal –luteranos, anglicanos y otros– han tenido una tendencia clara en contra de la devoción católica mariana, y consiguientemente han puesto especial empeño en negar a la Madre de Jesús sus más altos títulos dogmáticos y devocionales, uno de los cuales es, y no el menos importante, la siempre Virgen.



El teólogo protestante suizo Karl Barth (1886-1968), uno de los más prestigiosos del siglo XX, aunque distanciándose de la teología protestante liberal, y creando la suya propia, mantiene la alergia anti-mariana de los protestantes. Refiriéndose a Lourdes, escribía: «esa gruta es el lugar donde se hace más evidente qué es la mariología católica: un tumor de la auténtica cristología». Y en una carta amistosa a un colega católico le decía: «esa mariología vuestra, que hay que eliminar desde la raíz».



Sin embargo, en el principio de la mal llamada «Reforma», ésta reconoce la perpetua virginidad de María. Tanto Lutero, Calvino y Zwinglio profesan con todo empeño esa verdad de la fe. Con su habitual fiereza de expresión, Lutero considera «locos y villanos» a los pocos herejes que negaron esta fe. Y más tarde, a mediados del siglo XVII, la confesión de fe de los calvinistas sigue afirmando que «Jesús nació de la Virgen María y que permaneció Virgen antes y después del parto».


Por el contrario, los herederos de los padres de la Reforma, asumiendo el naturalismo racionalista de la Ilustración, generan la exégesis protestante liberal. Fundándose en ella, afirman hace tiempo como un hecho indiscutible que María fue una madre de familia judía, que tuvo por lo menos cuatro hijos y dos hijas. Maurice Goguel, racionalista reformado, escribe: «no existe el problema de los hermanos del Señor para la historia, sino sólo para la dogmática católica». Joseph Bornkamm, luterano, declara: «solamente conveniencias doctrinales católicas (u ortodoxas), no los documentos de que disponemos, han hecho de estos hermanos hermanastros o primos, para defender la virginidad perpetua de María». Pues bien, tal herejía –y tal error exegético– ha ido contagiando a no pocos profesores católicos, «libres de prejuicios confesionales», habitualmente seguidistas de los más notables exegetas protestantes liberales.



Es de notar, de paso, que todas las confesiones cristianas que siguen en exégesis un historicismo-crítico racionalista extremo siguen un evidente camino de extinción. Nada quieren saber de ellos los evangélicos, más bien tentados de fundamentalismo bíblico, ni menos los orientales ortodoxos. Son comunidades cristianas degeneradas, que aceptan el aborto, la anticoncepción, la eutanasia, el divorcio, la homosexualidad, el sacerdocio presbiteral o episcopal de mujeres, a veces lesbianas reconocidas, y son quienes producen las exégesis más aberrantes, al gusto del autor y de las ideologías mundanas de moda… Estas comunidades cristianas, al no ser asistidas por la sucesión apostólica, son conducidas de hecho no tanto por sus pastores como por sus teólogos (mucho más valorados en el protestantismo que los pastores), y han mostrado en nuestro tiempo un instinto casi infalible para adherirse sucesivamente a todos los peores errores: nacionalsocialismo, anarquismo, autoritarismo fascista, feminismo extremo, revolución sexual, pacifismo ilimitado, ecologismo pseudoreligioso, conformismo permanente con el modelo cultural predominante en el mundo: en la educación, las costumbres, la política, el arte o lo que sea. Viven intensamente el Romanos 12, 1-3, pero al revés.



Parece increíble que quienes comenzaron con la «Sola Scriptura» se hayan quedado prácticamente «Sine Scriptura». Pero es perfectamente comprensible, dado el libre examen de las Escrituras. Habiéndola triturado modernamente con exégesis analíticas destructoras de la Palabra divina, y habiendo negado la historicidad de casi toda la Biblia, también de los Evangelios, se quedaron sin Biblia. Perviven a veces malamente estas confesiones en Estados protestantes confesionales, sostenidas por los impuestos eclesiásticos recaudados por la Administración política. En algunas ciudades, subsiste la Facultad teológica, pero ya cesó toda forma de culto en las iglesias, porque quedaron vacías. Tienen los días contados.


Y las Iglesias locales católicas que están más o menos contagiadas de su espíritu llevan el mismo camino hacia la extinción o hacia una reducción extrema. Mientras tanto la Iglesia Católica verdadera y la Ortodoxia subsisten, y los Evangélicos fundamentalistas crecen. Pido perdón por esta digresión, y vuelvo a nuestro tema.


La filología rechaza las objeciones contra la virginidad perpetua de María. Al menos tres de los Evangelios son seguramente traducciones al griego de originales escritos en hebreo o en arameo, en las que abundan los semitismos, lo que parece no ser tenido en cuenta suficientemente por la exégesis histórico-crítica en lo referente a los «hermanos» de Jesús. Como señala Vittorio Messori,



«tras el griego de los Evangelios adelfòs, hermano, está el arameo aha, o el hebreo ‘ah, que puede significar al mismo tiempo hermano de sangre, hermanastro, primo o sobrino, pero también discípulo, aliado, miembro de la misma tribu y hasta “prójimo” en general, o de la misma ciudad o nación. Todavía hoy no existe en hebreo moderno un término para distinguir al hermano del primo y es necesario recurrir a expresiones como “hijo de la misma madre (o del mismo padre)”. [Y alude a varios lugares del AT y del NT]… Precisamente por esto, los evangelistas –o los traductores del arameo al griego– no dudaron en usar las palabras “hermano de Jesús”, seguros de no ser malinterpretados por nadie. Así sigue siendo en Oriente: tampoco el árabe moderno, como el hebreo actual, tiene un término para distinguir hermanos de primos; y en África y en todas las culturas tradicionales» (pg. 436).


Hermano es en esas culturas «el hijo de mi madre (o de mi padre)». Según esto, lo que es problema para los biblistas occidentales no lo es en las amplísimas zonas de las lenguas orientales o africanas. Aunque el griego tiene un término propio para significar «primo» (anepsios; p. ej., Col 4,10), incluso la Biblia de los Setenta no lo emplea casi nunca, prefiriendo usar la palabra adelfòs, pues los dos términos pueden usarse indistintamente (p. ej., «nuestro hermano Tobías», Tob 7,2). Pero examinemos la cuestión en algunas escenas concretas de los Evangelios.



En las bodas de Caná, según el relato de San Juan (2,1-12), se alude a los hermanos de Jesús. «Después [de la celebración de la boda, Jesús] fue a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y [en griego kai] sus discípulos; pero estuvieron allí sólo unos días» (2,12). Y examinando este texto, el biblista José Miguel García Pérez (Madrid, 1951-), profesor en la Facultad de Teología San Dámaso (Madrid), escribe:



«La partícula griega kai traduce textualmente un waw arameo que, con frecuencia, corresponde a la conjunción copulativa española y. Pero, en este caso, el waw es explicativo y su equivalente español es “por tanto, es decir, o sea”. En el griego de los Evangelios no son raros los casos en que esta conjunción griega revista tal significado». Por ejemplo: «Los sumos sacerdotes, los ancianos, y los maestros de la ley y (kai) el tribunal supremo en pleno» (Mc 15,1). Esta traducción es impropia, pues el texto realmente dice: «Los sumos sacerdotes, los ancianos y los maestros de la ley, o sea, el tribunal supremo en pleno», pues, efectivamente, los citados eran los que lo integraban. Del mismo modo el texto antes aludido de Caná, ha de ser traducido correctamente así: «Después fue a Cafarnaún con su madre y sus hermanos, es decir, sus discípulos; pero estuvieron allí sólo unos días». El argumento filológico se ve reforzado por las circunstancias concretas: «Si se tratara de verdaderos hermanos, sería evidente suponer una vuelta a Nazaret, donde todos tenían su casa. Si van a Cafarnaún, la ciudad elegida por Jesús como base para su obra en Galilea, es simplemente porque sus acompañantes no son ni hermanos ni otros familiares, sino discípulos. Como consecuencia, este versículo de Juan especifica con claridad quiénes son realmente estos “hermanos”».



En torno a Jesús maestro se forma un pequeño clan espiritual, en el que todos son «hermanos». En este sentido dice: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,33).


Que María «dio a luz a su primogénito» (Lc 2,7) es un dato aceptado incluso por los más críticos. Por tanto, si Jesús hubiera tenido más hermanos, hijos de María, éstos serían hermanos menores –cuatro varones y probablemente dos muchachas, según aseguran estos exegetas–. El hogar de Nazaret estaría lleno de críos. No resulta fácil explicar entonces cómo San Lucas refiere que José y María, cuando Jesús tenía doce años, fueron con él solo a Jerusalén en la peregrinación anual, y permanecieron toda la fiesta, unos siete días. Incluso refiere el evangelista que «iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de Pascua» (2,41). Cuándo Jesús tenía doce años ¿cuántos más hermanos pequeños había en la casa de Nazaret? ¿Esa peregrinación anual es compatible con la vida de una madre de familia numerosa, sujeta a sucesivos embarazos, con un hogar lleno de críos menores de doce años? La peregrinación suponía unas dos semanas de ausencia de la casa. Y por lo demás, no era obligatoria… María tuvo solamente un hijo, Jesús.


Tampoco se comprende, conociendo cuál era en el marco social de Israel la rigidez de la jerarquía intrafamiliar y la primacía absoluta reconocida al primogénito, cómo es posible que los hermanos menores se atrevieran a buscar a Jesús para obligarle a regresar a su casa (Mt 12,46-50). Aquellos «hermanos» eran sin duda parientes de Jesús, y mayores que él.


Aún más. Los evangelistas, concretamente Mateo, que aplicaba sistemáticamente a las distintas vicisitudes de la vida de Jesús toda anticipación profética del Antiguo Testamento, no habrían dejado en modo alguno de citar en esta escena aquello del Salmo: «soy como un extranjero para mis hermanos, como un extraño para los hijos de mi madre» (69,9). Pero no; ciertamente, éstos que ven con malos ojos su ministerio público no son para Jesús «hijos de su madre, hermanos» de sangre; son parientes. Jesús es hijo único de María.


San José, al parecer, murió pronto, pues ya en el ministerio público de Jesús, en la Cruz y la Resurrección, no está presente. Por tanto, al quedar viuda María, no permaneció sola con su hijo pequeño en Nazaret, sino que, según la norma y costumbre de su pueblo, se unió a su familia, fundiéndose en ella. Lo normal, pues, es que todos los de fuera consideraran «hermanos y hermanas» de Jesús a los jóvenes que con él convivían en su nuevo hogar.


Jesús, antes de morir, confía a San Juan la custodia de su Madre santísima. Esta decisión tan grave no tendría sentido si María fuera la madre de un buen número de hijos e hijas. Sabemos que en el día de Pentecostés, están reunidos todos lo apóstoles, perseverando «unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch 1,13-14). Si estos «hermanos» aquí citados fueran «hijos de María», hermanos reales de Jesús, ¿no era lo natural que fueran éstos quienes acogieran en su casa a su propia madre? Y sin embargo fue San Juan el favorecido: «y desde aquella hora el discípulo la recibió como algo propio» (Jn 19,27). María virgen sólo tuvo un hijo, concebido por obra del Espíritu Santo; el hijo que murió en la Cruz y resucitó al tercer día. Fue siempre virgen.


Pero digámoslo claramente: todos esos argumentos no tienen fuerza alguna para quien niega, al menos en su mayor parte, la historicidad de los Evangelios. Tienen valor para quien reconoce la historicidad de las palabras y hechos aludidos. Pero, por ejemplo, el último argumento citado no tendrá fuerza alguna para quien, haciendo una aproximación histórica a Jesús, nos diga que en realidad no conocemos los sucesos concretos del Calvario. En concreto, «parece bastante claro que el “diálogo” de Jesús con su “madre” y el “discípulo amado” es una escena construida por el evangelio de Juan» (Pagola, Jesús, 10ª ed., 418). Con una arbitrariedad semejante para ir negando sucesivamente la historicidad de dichos y hechos referidos por los evangelistas nos quedamos sin Evangelios. Y desde luego es imposible cualquier debate sobre una cuestión de exégesis, si una de las partes está dispuesta a rechazar la historicidad de todos aquellos dichos o hechos que son contrarios a su pensamiento. No hay nada que hacer.



Josef Blinzer (1910-1970), sacerdote y profesor de exégesis del Nuevo Testamento en Munich y en Passau, escribió sobre la cuestión que nos ocupa una obra muy valiosa, Die Brüder und Schwestern Jesu (Stuttgart 1967), traducida a varios idiomas (p. ej., I fratelli e le sorelli di Gesù, Paideia 2011). Y en ella, con otros autores, expone varios de los argumentos que acabo de citar en favor de la perpetua virginidad de María. Sus tesis las sintetiza con estas palabras:



«Los llamados hermanos y hermanas de Jesús eran primos y primas. Para Simón y Judas el parentesco venía de su padre Cleofás, que era hermano de San José y, como éste, descendiente de David; el nombre de su madre no se conoce. La madre de Santiago y Josés (José) era una María, distinta de la madre de Jesús. Ella, o su marido, estaban emparentados con la familia del Señor, pero no es posible acertar de qué parentesco se trataba. Existe algún indicio de que el padre de Santiago y de Josés (José) fuera de origen sacerdotal o levítico y que fuera un hermano de María», etc. Al no poder entrar aquí nosotros en el análisis pormenorizado de estas cuestiones, citaré otras palabras de Blinzler de gran valor:


«Podemos demostrar que la interpretación católica de la expresión “hermanos del Señor” no es apriorística, no es defensa abstracta de un dogma, sino que toma seriamente en consideración el testimonio de la historia, es decir, del Nuevo Testamento y de la Tradición más antigua». Y observa con pena que «si existe una diferencia en la forma en que la exégesis protestante y la católica presentan sus posiciones, ésta consiste en el hecho de que, en la parte católica se tiene cuidado de tener en consideración los argumentos de la parte contraria, para replicar; mientras que los autores protestantes consideran superfluo perder más tiempo y proceder a la comparación».



La exégesis protestante liberal mira con frecuencia despectivamente las argumentaciones de los autores católicos, como si fueran retrasados, milagristas, fijos en cuestiones trivialmente ginecológicas acerca de la virginidad de María, obligados a sujetar la exégesis a la enseñanza dogmática –cuando en realidad es la exégesis suya la que está cautiva de sus prejuicios antimarianos–. No alcanzan a intuir el misterio de María, su concepción inmaculada, su maternidad divina virginal, la unicidad de su gracia «entre todas las mujeres», la totalidad absoluta de su consagración virginal al Señor virginal, en alma y cuerpo.


* * *


Confesemos finalmente la fe de la Iglesia en la virginidad perpetua de María. Dice el Catecismo: «La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María… Y la liturgia de la Iglesia celebra a María como la Aeiparthénon, la “siempre virgen”» (499). «A esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y hermanas de Jesús (cf. Mc 3,31-55; 6,3; 1Co 9,5; Gal 1,19). Pero la Iglesia siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la Virgen María. En efecto, Santiago y José “hermanos de Jesús” (Mt 13,55) son los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27,56), que se designa de manera significativa como “la otra María” (Mt 28,1). Se trata de parientes próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf. Gen 13,8; 14,16; 29,15; etc.)» (ib. 500). Por tanto, «Jesús es el Hijo único de María» (ib. 501).



Nunca esas alusiones a «hermanos y hermanas» de Jesús hicieron dudar a la Iglesia primera de la virginidad perpetua de María. Todos sabían que en las lenguas orientales esos términos significaban no sólo a los hermanos carnales, sino a los parientes en general, a los miembros de una misma gran familia. Y cuando un tal Helvidio, hacia el 380, alega que José y María habían tenido muchos hijos, lo afirma para combatir la superioridad del celibato monástico sobre el matrimonio, y para justificar su tesis. Le contesta San Jerónimo, el más alto exegeta de la época, perfectamente conocedor del hebreo y del griego, con el tratado Adversus Helvidium de perpetua virginitate Mariæ (383), en el que demuestra, con argumentaciones que siguen siendo válidas, que los aludidos «hermanos y hermanas» eran primos de Jesús, no hijos de María. La enseñanza del gran Doctor de la Biblia no hizo sino expresar con argumentos de experto biblista la tradición unánime de la Iglesia. La tesis de María como madre de familia numerosa solamente surgió, como hemos recordado, en los siglos XVIII y XIX, en ámbitos del protestantismo liberal, afectado por el racionalismo ilustrado del su tiempo



La fe de la Iglesia en la virginidad perpetua de María ha sido muchas veces confesada en la Tradición y en el Magisterio. El Catecismo de la Iglesia, como más arriba he recordado, afirma esto breve y claramente (499-501), y remite a numerosos documentos que aquí citaré abreviadamente:



«María virgen», «la Virgen Madre», «la siempre Virgen María», o simplemente «la Virgen», son términos usados en las fórmulas tradicionales que han expresado la fe de la Iglesia: –(215) Traditio apostolica; Dz 10. –(374) Símbolo de Epifanio: «María siempre virgen» (aeiparthénon); Dz 44, título que se repetirá en muchos documentos posteriores. –(391) San Agustín; Dz 14. –(404) Tyrannius Rufinus; Dz 16. –(414) Nicetas; Dz 19. –(449) Carta de S. León Magno a Flaviano; Dz 291. –(553) V Concilio de Constantinopla; Dz 427. –(561) Pelagio I, Carta al rey Childeberto; Dz 442. –(653) Sínodo de Letrán; Dz 503. –(693) Sínodo XVI de Toledo; Dz 573: «la Virgen, así como antes de la concepción conservó el pudor de la virginidad, así después del parto no experimentó ninguna corrupción de su integridad, pues virgen concibió, virgen dio a luz y después del parto conservó síempre el pudor de la virginidad». –(1274) II Concilio de Lyon; Dz 852. –(1555) Pío V, Cum quorundam; Dz 1880: «la siempre Virgen María… permaneció siempre en la integridad de la virginidad, antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto»… Ésta es la fe del pueblo cristiano, confortada y expresada por innumerables Padres y Doctores de la Iglesia.



También el concilio Vaticano II confiesa a «la gloriosa siempre Virgen María» (LG 52; cf. UR 15). Y Pablo VI, en el Credo del Pueblo de Dios (1968), confiesa como dogma de la fe que «María permaneció siempre Virgen» (n.14). En el Catecismo holandés (1968) se decía sobre la virginidad perpetua de María: «Juan 19,27 [las palabras de Jesús en la cruz a la Virgen y a San Juan] hace particularmente improbable que María tuviera otros hijos fuera de Jesús» (Nuevo Catecismo de Adultos, Barcelona, Herder 1969, pg. 81). Pero la Comisión Cardenalicia formada para corregirlo le exigió una declaración más firme: «La virginidad permanente de María es afirmada por la tradición de la Iglesia y es enseñada como una verdad de fe por el magisterio». Esta es también, por supuesto, la fe unánime de la Ortodoxia.


Todos los días del año los católicos, al comienzo de la Misa, confesamos la perpetua virginidad de la Santísima Virgen María : «confiteor Deo omnipotenti, beatæ Mariæ semper Virgini»… «Por eso ruego a santa María, siempre Virgen»… Lex orandi, lex credendi.


José María Iraburu, sacerdote



Post post. –José Antonio Pagola, en las ocho primeras ediciones de su obra Jesús; aproximación histórica, decía en una nota: «Meier, tal vez el investigador católico de mayor prestigio en estos momentos, después de un estudio exhaustivo concluye que “la opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús los fueron realmente”» (pg. 43). Según eso, el examen científico de la cuestión en el plano histórico y exegético lleva probablemente al convencimiento de que la Virgen no fue virgen... Y en la edición revisada de su libro (9ª y 10ª) modifica parcamente esa nota en los términos que siguen:


«Según Marcos 6,3, los habitantes de Nazaret se expresan así: “¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón?, ¿no están sus hermanas aquí entre nosotros?”. En la Iglesia antigua había ya diversas respuestas al abordar la interpretación de este texto y de otros que hablan de “hermanos” y “hermanas” de Jesús (Marcos 3,31-32; 1 Corintios 9,5; Gálatas 1,19). La interpretación más divulgada hasta nuestros días ha sido la de Jerónimo, que los considera “primos o parientes cercanos”. Los estudios de Meier y otros exegetas descartan hoy esta interpretación por razones sobre todo filológicas, y consideran que estos textos hablan de “hermanos” reales de Jesús. Estas conclusiones hay que situarlas en el contexto de una cultura patriarcal basada en la agnatio (descendencia a través de varones): en esta cultura, lo único que se afirma cuando se dice que dos personas son “hermanos” es que tienen el mismo padre. La Iglesia católica siempre ha entendido que estos pasajes no se refieren a otros hijos de la Virgen María» (pg. 53).


Dos opciones, pues, ya ven ustedes, para elegir: «los estudios de Meier y otros exegetas» o «lo que la Iglesia católica siempre ha enseñado» con el apoyo de los exegetas católicos, que dan fundamento evangélico al Magisterio apostólico.






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