En el vuelo Madrid-Tenerife, una voz femenina daba instrucciones a los sufridos pasajeros. No era una voz cualquiera, era, probablemente, Beatriz, la amada de Dante.
“Coloquen sus objetos personales
debajo del asiento delantero”.
¿Lo veis?: dos endecasílabos clásicos, con la acentuación en la segunda, sexta y décima sílabas, como me enseñó en el colegio Joaquín Andrada, que fue mi profe de literatura. Igualitos a “el dulce lamentar de dos pastores” de Garcilaso o al “enhiesto surtidor de sombra y sueño” de Gerardo Diego.
Como soy algo maniático de la métrica, una vez instalado en mi asiento, me puse a componer mentalmente un soneto que incluyera los didácticos versos de la azafata…
Si quieren ser personas bien cabales,
Deberán comportarse con esmero.
Coloquen sus objetos personales
debajo del asiento delantero.
Debajo de otro asiento, del trasero,
alojen sus temores y sus males;
y olvídenlos allí; no son reales
son simples pesadillas de viajero.
Iba ya a comenzar el primer terceto, cuando la misma voz de Beatriz me regaló dos versos más:
“Dejen bien despejados los pasillos.
No se puede fumar en este vuelo”.
Cerré los ojos para completar el poema, y me quedé dormido. Al despertar, se sentó a mi lado una pareja incompatible con la lírica de Garcilaso. Ya os contaré.
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