Dejarse inhabitar por el Espíritu


¿Será siempre el Eterno desconocido? ¿Permanecerá así en la teología, en la liturgia y en la espiritualidad de nosotros, cristianos latinos?


Sin embargo el Espíritu Santo habita en nuestro interior, como un Sello y Don, cuando se nos crismó en la frente con el Santo Crisma (el gran instrumento sacramental del Espíritu Santo).



Habita en lo interior; sugiere qué decir y cómo decirlo; indica qué hacer; nos conduce a la Verdad mediante la conciencia; impulsa al bien; ilumina en la oración; pone las palabras en nuestros labios para rezar... y nos empuja para descubrir -¡asombrados, llenos de estupor!- que Jesucristo es el único Señor, el Señor, el centro de la historia, de la vida y del propio corazón.


¡Ven Espíritu Santo!



"El Espíritu Santo... habita cuerpo y alma, como en un templo... Por lo tanto, nos invade (si se puede decir) como la luz penetra en un edificio o como un perfume delicado impregna los pliegues de un vestido valioso, de manera que, según el lenguaje de la Escritura, se dice que estamos en Él y Él en nosotros... En el lenguaje vigoroso de san Pedro, el cristiano se convierte en "partícipe de la naturaleza divina" (2P 1,4), y, como dice san Juan, tiene el "poder" o la autoridad de "convertirse en hijo de Dios"" (Newman, PPS II 19, 222).




Se entabla así una relación familiar, asidua, afectuosa con el Espíritu Santo y Él, dejándonos hacer, nos va "deificando", "divinizando", tal como lo explicaban los Padres griegos.


Nos santifica, es decir, el Espíritu Santo nos hace santos, ya que la santidad no es el fruto de propósitos, esfuerzos, y moralismo a la carta. "La santidad es verdaderamente la característica del don que el Espíritu Santo dispensa hoy" (Newman, Mix 5, 96-97).


En nosotros actúa el Espíritu Santo recibido en los sacramentos:



"El Espíritu vino para cumplir en nosotros lo que Cristo había cumplido en sí mismo pero había dejado inacabado en cuanto a nosotros. A Él le corresponde la tarea de atribuirnos individualmente todo lo que Cristo había cumplido por todos nosotros... Cristo es nuestra única esperanza, y sólo no spuede ser dado mediante el Espíritu... Imprime en nosotros la imagen de nuestro Padre celestial.. y nos dispone a buscar su Presencia por el propio instinto de nuestra nueva naturaleza" (Newman, PPS II 19, 224-225).



¡Qué consuelo, qué esperanza!


El Espíritu "vive en el corazón del cristiano como una fuente inagotable de caridad" (Ib., PPS II 19, 230).



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