Dios siempre escoge lo débil para revelarnos su corazón.
Dios siempre escoge lo pequeño para revelarnos la grandeza de su corazón.
Incluso habría que decir que Dios:
Necesita de los que se pierden para decirnos cómo es su corazón.
Incluso necesita de los pecadores para descubrirnos como ama.
Esto me hace recordar aquel cuentecito de Paulo Coelho:
Un hombre santo peregrino de la Meca, se arrodilló, escondió su rostro entre sus manos y rezó:
“Señor, quiero pedirte solo una cosa en mi vida: que me concedas la gracia de no ofenderte jamás.
No puedo, le contestó Dios. Si no me ofendes, no tendré motivos para perdonarte.
Si no tengo que perdonarte, pronto olvidarás también la importancia de la misericordia para con los demás.
Por eso, continúa tu camino con amor, y déjame practicar el perdón de vez en cuando, para que también tú tampoco te olvides de esta virtud”.
A veces, en mi meditación me pregunto: ¿Y cómo sería el Evangelio sin enfermos, sin publicanos, sin pecadores?
Estoy seguro que le faltarían muchas páginas.
Porque le faltarían muchos pecadores donde revelarnos su amor.
Porque le faltarían muchos pecadores donde revelarnos la bondad de su corazón.
Porque le faltarían muchos pecadores donde revelarnos la alegría que siente amando a los malos.
Porque le faltarían muchos pecadores donde revelarnos la alegría de perdonarnos.
Porque le faltarían muchos pecadores donde revelarnos que el amor y el perdón son para él una fiesta.
Porque las páginas más bellas del Evangelio son los relatos del perdón.
Porque las páginas más bellas del Evangelio son las comidas con los publicanos y pecadores.
Porque las páginas más bellas del Evangelio son las fiestas que celebra cuando regresamos a casa.
Porque las páginas más bellas del Evangelio son cuando sale a buscarnos y nos carga sobre sus hombros y nos trae a casa y hace fiesta con los vecinos del barrio.
Cada vez que me salgo del rebaño y me pierdo, no me deja abandonado en el monte.
Sino que es él mismo quien se pone en camino hasta que me encuentra.
Yo podré olvidarme de él durante muchos años de vida.
Pero puedo estar seguro que durante ese tiempo él no se ha olvidado de mí.
Cada vez que me alejo de él por el pecado, estoy seguro que es cuando más cerca lo tengo de mí.
Cada vez que me alejo de él, arrastrado por mis debilidades, estoy seguro de que él está ahí a mi lado, por más que no lo vea.
Cada vez que decido cambiar y siento el vacío de mi alma y la soledad del que no tiene un hogar, estoy seguro de que él está a la puerta esperando que yo cambie y ordenando comience la música.
¿Eres de los que te has extraviado del rebaño?
No tengas miedo, él no tardará en dar contigo y te cargará sobre sus hombros.
Y puedes estar seguro que no te dará una paliza, sino que te hará compartir su fiesta y su alegría.
Señor, ¿me disculpas si digo un dispararte?
Tienes que darme gracias, porque gracias a mis faltas tú puedes revelarte mejor a los hombres.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario Tagged: amor, misericordia, oveja perdida, parabola, penitencia, perdon, reconciliacion
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