Los arciprestes


Hoy en este blog me gustaría hacer una sugerencia, sabiendo que un cierto número de colegas me leen. Se trata de una sugerencia respecto a lo que debería ser un arcipreste, o decano como lo llaman en algunos países.

Hoy en día en la mayor parte de las diócesis la función de ser arcipreste es una función bastante vacía. Habría que dotar de contenido esa función. En mi opinión, habría que escoger para ese oficio a sacerdotes verdaderamente venerables, con fama de santos. Presbíteros que fueran reconocidos por sus hermanos como los más edificantes y los más espirituales.


Cada arcipreste, además de presidir y convocar las reuniones, debería un verdadero padre para el resto de hermanos que viven en su arciprestazgo, preocupándose de visitarles y de escuchar sus problemas.


El arcipreste, además, debería ser un hermano que dijera a cada uno los defectos que ve en él, los defectos que se aprecian en su ministerio, o en su carácter. Pero él los diría como hermano, es decir, lo que él haya visto. No sería un emisario del obispo. Tampoco le diría esos defectos en tono amenazador, ni como amarga reprensión, sino como hermano que intenta ayudar al hermano.


Tampoco tendría vocación a querer convertirse en director espiritual. El arcipreste sería el que te dice lo que ve para ayudarte. Lo que ve en tu ministerio, en tu vida en su faceta externa. Su labor sería la de apoyar, animar, estimular y algunas veces abrir los ojos acerca de los defectos. Una es la reprensión que pueda venir de un vicario episcopal, y otra de carácter totalmente diverso sería la que provendría del arcipreste.


Mi función no es denunciar, sino ayudar, le explicaría. Y lo haría él no desde el poder otorgado por un cargo del obispado. Sino desde la autoridad de la venerabilidad. No estoy aquí para vigilar y denunciar, le explicaría. Estoy aquí para advertirte de lo que veo como compañero.


Este tipo de sacerdotes tan reconocidos no son muchos. Son perlas escasas. Por eso los arciprestes en la reforma que propongo, serían escogidos de entre todo el clero. Serían escogidos para esta función, vivieran donde vivieran. Aunque tuvieran que desplazarse a otro arciprestazgo para las reuniones o para visitar a sus sacerdotes. Aunque lo lógico sería distribuirlos en sus destinos por arciprestazgos.


En este modo de entender y organizar su función, los arciprestes deberían estar muchos años en el cargo. En principio, su cargo se renovaría una y otra vez. Porque son figuras que tendrían que consolidarse. De este modo, ejercerían una saludable función entre el clero. Cada arcipreste, verdaderamente, sería visto como un primus inter pares. Serían faros distribuidos por la diócesis. Constituirían un valioso elemento entre el obispo y el clero.




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