El "mérito": mi respuesta... y su repercusión comunitaria


Traigo un texto, a mi gusto, luminoso: para Dios, que ama tanto a cada uno de nosotros, nada de lo que hagamos es indiferente. Nuestra libertad la respeta. Y cada una de nuestras acciones tiene valor infinito a sus ojos. Es el concepto de "mérito".



Tal vez a alguien le suene mal la palabra "mérito", pensando que anula la gracia de Dios; nada de eso: recordemos la sentencia de san Agustín: "el que te creó sin ti, no te justificará sin ti". Y el mérito es ese "contigo" que Dios espera.


"Para la tradición de la Iglesia no existe, como hemos apuntado ya, ningún pensamiento por secreto que sea, ningún gesto por insignificante que sea, ningún acto por oculto que esté, que no sea un gesto responsable del universo, un gesto con valor eterno. De aquí brota, en la teología, el concepto de "mérito".



Pues la vida recibe su valor en cada detalle mínimo, por la gracia que Dios otorga al hombre de ser colaborador de su presencia en la acción salvífica de su comunidad. Y así cualquier gesto adquiere una dimensión comunitaria: la acción es la manifestación, el fenómeno, de la personalidad; lo que la mueve es su nexo profundo con la presencia de Cristo en el mundo. De modo que la comunidad se convierte así en fuente para la afirmación de la personalidad. Y la Iglesia atribuye valor propio -"mérito"- a la proporción que haya entre el gesto de la persona singular y la "gloria" de Cristo, es decir, al sentido del misterio comunitario que se vive como motivación. Todos los gestos tienen de esta manera valor eterno, en cuanto son gestos responsables del destino del mundo, en cuanto son expresión de un individuo que se vuelve factor decisivo para el sentido del universo.


Con esta unidad en el planteamiento de la vida, la comunidad, como misterio de comunión, se convierte en factor determinante del sentido de uno mismo, esto es, en origen de los propios actos y forma de nuestra personalidad. Es un planteamiento que exalta la personaldiad hasta en sus más minúsculos aspectos expresivos".


(L. Giussani, Por qué la Iglesia, tomo 2, El signo eficaz de lo divino en la historia, Encuentro, Madrid 1993, pp. 130-131).



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