El dia del Señor: Domingo 2º de Cuaresma (A)

Algunos Padres pensaron que Jesús se fue a orar con los mismos testigos de Getsemaní, donde también se durmieron, para que el recuerdo de esta gloria que envuelve ahora a Jesús les sostuviese en el escándalo de la agonía. 
La presencia de Moisés y Elías conversando con Jesús sobre su muerte, les proporciona una prueba suplementaria de su divinidad. Lo que el pasado de Israel tenía de más divino, se inclinaba ante Jesús prestándole homenaje. 
Luego una nube cubrió y llenó de espanto a los discípulos que sabían cómo en el desierto del Sinaí una nube cubría también el Tabernáculo mientras la gloria de Dios penetraba en él (Ex 40,43) Esta presencia de dios en medio de su pueblo aparecía ahora otra vez, confirmando que Jesús era el Hijo de Dios al que debían escuchar. Ellos fueron testigos oculares de todo esto.
Tampoco nosotros deberíamos perder la fe y la esperanza cuando veamos a la Iglesia -que es Cristo a través del tiempo- insultada, criticada por sus enemigos o por quienes no la conocen. La Iglesia sufre también y es cubierta con el manto de burlas y desprecios que Jesús soportó en la celda de castigo de Pilato. También nosotros sufrimos por distintas causas y, como los discípulos, debemos estar advertidos.

Que Cristo mostrara a los suyos su gloria días antes de su humillante y atroz muerte, constituye una enseñanza a retener. Es como si Jesús quisiera que comprendiéramos que allí donde hay dificultades, sufrimientos, allí el cristiano labra su gloria definitiva. Sí, a todos los que atraviesen una situación penosa o encuentran una hostilidad debida a sus debilidades o a un ambiente refractario para las cosas de Dios, Él les dice: "Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados" (Mt 5,4).
Se oyó la voz del Padre: "Éste es mi Hijo amado; escuchadlo". La escucha asidua y atenta de la Palabra de Dios por la lectura y la oración, nos ayudará a mantener la serenidad en las dificultades y a descubrir el trasfondo de gloria de Dios que hay en toda lucha por ser fieles a Cristo y a su Iglesia. Busquemos unos minutos al día para leer atenta y sosegadamente la S. Escritura, así no olvidaremos que el dolor, la deshonra, las críticas... no oscurecen la credibilidad de la Iglesia sino que la purifican como el fuego lo hace con el oro.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (Mt 17, 1-9)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago
y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».

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