“Si decimos que : “del cielo”, nos dirá: “Entonces ¿por qué no le creísteis? Y si decimos “de los hombres”, tenemos miedo a la gente, porque todos tienen a Juan por profeta. Respondieron, pues, a Jesús: “No sabemos”. (Mt 21, 23-27)
¿Para qué hacer preguntas cuando sabemos que no hay sinceridad para responder?
Siempre es más fácil hacer preguntas a los demás que dejarnos preguntar por los demás.
Es fácil preguntarle a Jesús: “¡Con qué autoridad haces eso!”
Lo difícil es contestar cuando Jesús, les responde con otra pregunta.
Son conscientes de su falta de coherencia:
Si decimos “de Dios”, la conclusión es clara: entonces ¿por qué no le creísteis?
Si decimos “de los hombres”, la gente se nos hecha encima.
Así que, mejor nos salimos por la tangente: “no sabemos”.
Bonita y evasiva respuesta, como tantas otras.
Respuestas que no nos compliquen la vida.
Respuestas que no nos comprometan.
Respuestas de cobardía, por no querer aceptar la verdad de las cosas.
La sinceridad es fundamental en la convivencia humana.
Porque la sinceridad:
Nos hace transparentes.
Nos hace ser nosotros mismos.
Nos hace creíbles por los demás.
Nos hace vivir en la verdad.
Revela la nobleza de nuestro corazón.
Revela la nobleza de nuestra alma.
Revela la nobleza de nuestras vidas.
En tanto que, la insinceridad:
Oscurece nuestras vidas.
Nos hace inseguros frente a los otros.
Esconde la verdad de nuestras vidas.
Hace que nadie tenga fe en nosotros.
Significa que algo escondemos dentro.
Hay cualidades que pueden parecer muy sencillas, pero que, en realidad, debieran formar parte de la estructura de nuestras vidas. Pienso solo en esas cualidades que se llaman: transparencia, verdad, coherencia, nobleza de sentimientos, sentido de la verdad.
Jesús tiene la experiencia:
De preguntas maliciosas, no sinceras.
De respuestas igualmente maliciosas.
Y todo por una razón: querer quedar bien.
Queremos quedar bien cuando preguntamos.
Queremos quedar bien cuando respondemos.
Eso se llama:
Preguntas mentirosas.
Respuestas mentirosas.
Claro que hay respuestas que nos pueden complicar la vida.
Pero revelan nuestra nobleza.
Y ese es un valor que todos debiéramos apreciar.
Además, cuando nos imaginamos engañar al otro, nos estamos engañando a nosotros mismos. Siempre he pensado que el mentiroso no miente a los otros sino a sí mismo.
Lo más fácil es salirnos por la tangente de decir: “No sabemos”.
Hay ignorancias que no son culpables.
Hay ignorancias que son faltas de oportunidades para aprender.
Hay ignorancias que son maliciosas, mentirosas y culpables.
Por eso me encanta aquella frase en otra ocasión dijo Jesús: “La verdad os hará libres”.
Porque le mentira aquí y todas partes, termina siendo una esclavitud de la mente y del corazón.
Clemente Sobrado C. P.
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