La crisis económica global que irrumpió a finales de la pasada década no solo dejó a millones de empleados en la calle, sino que agujereó un poco los bolsillos de los que pudieron conservar su puesto. Ha pasado lo peor: ya se crea empleo en la mayoría de los países desarrollados, pero los salarios de antaño, que se bastaban para mantener al trabajador alejado de las penurias, “esos –parafraseando al poeta– no volverán”.
El subtítulo de un estudio de la OCDE sobre el tema lo ilustra concisamente: Back in work, but still out of pocket (De nuevo con trabajo, pero sin salir de pobre). Los investigadores señalan que la norma ha sido la retracción de los sueldos no solo en Portugal, Irlanda, Grecia y España, sino en los países bálticos, la República Checa y el Reino Unido. En estos últimos, de haber continuado el incremento salarial interrumpido en 2007, hoy las pagas serían un 25% más generosas.
En el caso de España, el crecimiento económico sostenido es el argumento para decir que la crisis es historia. No es para repetir aún aquel eufórico “¡estamos en la Champions League!”, pero un 3,2% no está nada mal, máxime cuando se acompaña de un incremento de la actividad laboral, que debería per se ayudar a las familias a evitar despeñarse por el abismo de la pobreza. ¿Ocurre así?
Un informe de la Comisión Europea (CE), con datos actualizados hasta 2016, indica que no precisamente. Las cifras son muy positivas a primera vista: la creación de puestos laborales se mantiene de modo sostenido, y así será hasta 2018. La tasa de empleo, del 64,5%, todavía queda lejos del 69,7% con que cerró 2007 (y algo más del actual 71,5% de media en la UE), pero es un buen alivio que la tasa de paro haya decrecido del 26,1% de 2013 al 19,6% de 2016.
En efecto, hay más cerebros y brazos que se ganan el pan, pero la retribución por su labor no siempre da para comprar la barra completa. El texto de la CE es muy claro en una observación: “La pobreza de las personas en situación de empleo siguió aumentando. En 2014, el 13,1 % de las personas empleadas españolas estaban en riesgo de pobreza. La pobreza de las personas en situación de empleo era especialmente elevada y siguió creciendo entre las personas con contratos temporales o que trabajan a tiempo parcial”.
Los factores son varios, y no exclusivos de España. La idea de que el salario debe ser suficiente para satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores en cuanto a vivienda, alimentación, educación de los hijos, ocio, etc., parece estar algo demodé. Solo que su olvido puede terminar dañando incluso la estabilidad del sistema.
Mucha temporalidad, poco incentivo
Según los datos acopiados por Eurostat sobre España, el porcentaje de personas que aún con empleo corren el riesgo de caer en la pobreza ha aumentado desde principios de la década: si en 2010 constituían un 10,9%, en 2015 habían pasado a ser el 13,1%.
Las causas fundamentales estarían en los altos índices de empleo temporal y a tiempo parcial, además de los sueldos a la baja. Respecto a la temporalidad, la CE repara en que el índice de trabajadores españoles con contratos de muy corta duración está entre los mayores de la UE. España ocupa el segundo puesto en cuanto a contratos temporales, solo superada por Polonia, y por delante de Portugal, Croacia, Chipre, etc. El amplio uso de estos contratos “puede afectar negativamente el incremento de la productividad, particularmente al ofrecer menores oportunidades de formación en el puesto de trabajo”. Enterado de que no llegará a peinar canas en ese puesto, el trabajador dispone de pocos incentivos para insertarse en la dinámica de la empresa, lo cual puede incidir de alguna manera en menos innovación y, de resultas, en una menor competitividad de la compañía.
Otro factor, el de las jornadas parciales, pone en aprietos al empleado, y no tanto por la dificultad para coordinar las horas que dedicará a una empresa y a otra. Es que normalmente no hay “otra”, con lo que trabajar solo media jornada es casi siempre involuntario. Según la UE, en 2015 más del 60 % de los empleados a tiempo parcial (el doble que diez años atrás) no pudo encontrar una ocupación a tiempo completo.
En cuanto al salario, la CE señala que en España lo devengado por hora trabajada es poco. Aunque para garantizar una mejor paga debe haber mayor productividad, y ahí falla el mecanismo: un reciente informe, Estudios Económicos de la OCDE España, constata, con datos de 2015, la alta proporción de microempresas de baja productividad, y atribuye esta última a “las elevadas barreras” existentes para crear y hacer crecer una empresa, a la baja innovación y a una gran desconexión entre la oferta de habilidades de los trabajadores y las que demandan los empleadores.
Los buenos sueldos se “jubilan”
Ahora bien, en el “adelgazamiento” salarial que ha sobrevenido una vez dejado atrás el shock de la crisis, puede decirse que Spain is not different de otras economías avanzadas. En muchas la tendencia se repite, incluso a pesar de que sus índices de paro se han reducido.
Tom Fairless, especialista en temas económicos en The Wall Street Journal, echa mano del archivo de Oxford Economics y apunta que en 22 países desarrollados los salarios crecieron de media un 3,6% anual entre 1995 y 2007, pero que de 2008 a 2016 se ralentizó ese incremento, con solo el 2%. “Normalmente –dice–, los economistas esperan que los salarios aumenten al tiempo que caen los índices de paro, mientras suben la inflación y la productividad. Pero esas relaciones parecen haberse roto”.
Para Fairless, habría diversas explicaciones. Una –muy recurrente en diversos sitios–, que el tipo de empleos que se ha creado desde el fin de la crisis no es el mismo de los que se perdieron cuando esta comenzó. Si la mano de obra del sector de la construcción y la manufactura vive un ocaso –ha experimentado oleadas de despidos–, la de los servicios “ve amanecer”: solo en la UE se han creado en esta área 3,2 millones de nuevos empleos, mayormente en el comercio, el transporte y los negocios, puestos que en muchos casos son difíciles de sustituir por máquinas y peor pagados que los blue collar jobs de antes.
El experto señala otros factores, como que la capacidad de negociación de los empleados se ha visto erosionada por la incertidumbre económica general y la competencia china, sin contar que los trabajadores de los servicios se afilian menos a los sindicatos. Y un dato interesante: los baby boomersestán comenzando a jubilarse y, con ellos, se “jubilan” los buenos sueldos, por lo que habría menos presión por parte de los nuevos para exigir el retorno a unos salarios altos… que jamás percibieron.
Pobreza infantil
Uno de los países que menciona más arriba la OCDE para ilustrar el retroceso de los salarios (o de la capacidad adquisitiva de estos) y su repercusión en el nivel de vida de los trabajadores, es el Reino Unido, y viene como anillo al dedo para reparar en que no solo en el sur de Europa los bolsillos están más “ligeros de equipaje”.
Un reportaje de The Economist revela las contradicciones de la situación británica. Con unas cifras de desempleo por las que suspirarían en Atenas y Madrid –apenas 4,7% en enero, según Eurostat–, el semanario alerta: no hay menos pobres. A principios de los 2000, el 40% de las personas en situación de pobreza absoluta vivía en hogares de gente con empleo, y hoy son alrededor de la mitad. Sucede incluso allí donde viven empleados con contratos a tiempo completo. Y un preocupante añadido: “El efecto [de esto] en los hijos es devastador: tras un pronunciado descenso en los 2000, la pobreza infantil absoluta está en ascenso”.
Algunas de las raíces del asunto son las mismas que en otros países, como la caída del pago por hora trabajada –hoy un 7% menor que antes de la recesión–, o no tener más que un empleo a media jornada. En la actualidad, uno de cada 25 trabajadores parciales –en especial, los menos cualificados– admite que desearía tener un trabajo a tiempo completo, mientras que antes de la crisis era apenas uno entre 40. Otras de las problemáticas, en cambio, son específicamente muy British, como el vertiginoso incremento del precio de la vivienda. Solo en Londres, donde vive el 13% de los británicos, el alquiler ha aumentado un 50% desde 2009. Si antes los capitalinos dedicaban un cuarto de sus ingresos a este concepto, hoy tienen que destinarle un tercio.
Salarios muy rezagados
A nivel global, entre la precrisis y el momento actual los sueldos han vivido el vertiginoso efecto de rodar por una montaña rusa. El Informe Mundial sobre Salarios 2016/2017, publicado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), señala que los salarios cayeron abruptamente entre 2008 y 2009, experimentaron una leve recuperación en 2010, volvieron a retroceder en 2011, y en 2015 alcanzaron su menor crecimiento desde 2012 (0,9% frente a 1,6%). Esto, valga anotar, sin contar a China y otros países emergentes, donde la organización apunta que el salario experimentó un alza algo más sólida que en los desarrollados.
Una tendencia bastante común en varios escenarios, sin embargo, es que la brecha entre salario y productividad se ha ido ensanchando más y más, y que el primero parece quedarse bastante atrás en comparación con el alza de la segunda, algo que, según el documento, viene produciéndose desde los inicios de la década de los 80.
En un análisis de la situación en 36 economías desarrolladas, el organismo internacional indica que, desde 1999, el crecimiento de la productividad ha superado en diez puntos porcentuales el alza salarial. Solo entre 2014 y 2015 la diferencia se acortó un punto, pero con todo, sigue siendo profunda.
Quizás esté de vuelta –al menos para los trabajadores de baja cualificación, más vulnerables a las transformaciones productivas– cierto capitalismo primario, del tipo “obtener el máximo, pagar lo mínimo”. Si esta es la dinámica que pugna por reinstalarse, ya pueden los índices de paro ir alegremente a la baja. Seguramente no volveremos a la Inglaterra dickensiana, pero sí que será difícil convencer a las nuevas generaciones de que el trabajo es la más efectiva herramienta de progreso social y personal.
Luis Luque
aceprensa.com
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