OFICIO DE LECTURA - SÁBADO DE LA SEMANA IV - TIEMPO DE CUARESMA
Propio del Tiempo. Salterio IV
Himno: ¿QUÉ TENGO YO QUE MI AMISTAD PROCURAS?
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»
y ¡cuántas, hermosura soberana:
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana! Amén.
V. El que obra la verdad viene a la luz.
R. Y sus obras quedan de manifiesto.
PRIMERA LECTURA
Año I
De la carta a los Hebreos 10, 11-25
PERSEVERANCIA EN LA FE
Hermanos: Todo sacerdote asiste de pie cada día, oficiando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que de ningún modo pueden borrar los pecados. Cristo, en cambio, habiendo ofrecido un solo sacrificio en expiación de los pecados, está sentado para siempre a la diestra de Dios, y espera el tiempo que falta «hasta que sus enemigos sean hechos estrado de sus pies». Así, con una sola oblación, ha llevado para siempre a la perfección en la gloria a los que ha santificado.
Nos lo atestigua también el Espíritu Santo. Después de haber dicho: «Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días: Imprimiré mi ley en sus corazones, la escribiré en sus mentes», termina así: «De sus crímenes y pecados ya no me acordaré más.» Así que, allí donde se da remisión de los pecados, ya no hay más sacrificio por el pecado.
En virtud de la sangre de Cristo, tenemos, pues, hermanos, plena seguridad y confianza para entrar en el santuario. Éste es el camino nuevo y lleno de vida, que ha inaugurado él para nosotros pasando por el velo, es decir, por su condición de sumisión a la muerte. Tenemos, pues, un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. Acerquémonos, por lo tanto, con sinceridad de corazón, con plenitud de fe, purificados los corazones de toda mancha de que tengamos conciencia y lavado el cuerpo con agua pura. Mantengamos firmemente la profesión de nuestra esperanza (porque fiel es Dios que nos hizo las promesas); y miremos los unos por los otros, para estimularnos a la caridad y a las buenas obras. No desertemos de nuestra propia asamblea, como acostumbran algunos, sino alentémonos unos a otros; tanto más, cuanto que veis acercarse el Día del Señor.
RESPONSORIO Cf. Hb 9, 15; 10, 20. 19; cf. Mi 2, 13
R. Cristo, mediador de la nueva alianza, * ha inaugurado para nosotros, pasando por el velo, es decir, por su condición de sumisión a la muerte, un camino nuevo y lleno de vida para entrar en el santuario.
V. Delante marcha el rey, el Señor a la cabeza.
R. Ha inaugurado para nosotros, pasando por el velo, es decir, por su condición de sumisión a la muerte, un camino nuevo y lleno de vida para entrar en el santuario.
Año II
Año II
Del libro de los Números 11, 4-6. 10-30
EL ESPÍRITU DE DIOS ES INFUNDIDO SOBRE LOS SETENTA ANCIANOS DE ISRAEL
En aquellos días, la muchedumbre que iba con los hijos de Israel estaba hambrienta, y los mismos israelitas se pusieron a llorar con ellos, diciendo:
«¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones, de los puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.»
Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor, y, disgustado, dijo al Señor:
«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que lo haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo acaso a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré carne para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues es demasiado pesado para mí. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir: concédeme este favor, y no tendré que pasar tales desventuras.»
El Señor respondió a Moisés:
«Reúneme setenta ancianos de Israel, de los que te conste que son ancianos realmente al servicio del pueblo; llévalos a la Tienda de Reunión, y que esperen allí contigo. Yo bajaré y hablaré allí contigo. Tomaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos, para que se repartan contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.
Al pueblo le dirás: "Purificaos para mañana, pues comeréis carne. Habéis llorado pidiendo al Señor: '¡Quién nos diera de comer carne! Nos iba mejor en Egipto.' El Señor os dará de comer carne. No un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte, sino un mes entero, hasta que os produzca náusea y la vomitéis. Porque habéis rechazado al Señor, que va en medio de vosotros, y os habéis lamentado ante él, diciendo: '¿Por qué salimos de Egipto?"'»
Replicó Moisés:
«El pueblo que va conmigo cuenta seiscientos mil de a pie, y tú dices: "Les daré carne para que coman un mes entero." Aunque matemos las vacas y las ovejas no les bastará, y aunque reuniera todos los peces del mar, no sería suficiente.»
El Señor respondió a Moisés:
«¿Tan mezquina es la mano de Dios? Ahora verás si se cumple mi palabra o no.» Moisés salió y comunicó al pueblo las palabras del Señor. Después reunió a los setenta ancianos y los colocó alrededor de la Tienda. El Señor bajó en la nube, habló con él y, tomando parte del espíritu que había en Moisés, se lo pasó a los setenta ancianos. Al posarse sobre ellos el espíritu, se pusieron a profetizar. Habían quedado en el campamento dos del grupo, llamados Eldad y Medad. Aunque estaban en la lista, no habían acudido a la Tienda. Pero el espíritu se posó también sobre ellos y se pusieron a profetizar en el campamento. Un muchacho corrió a contárselo a Moisés:
«Eldad y Medad están profetizando en el campamento.»
Josué, hijo de Nun, ayudante de Moisés desde joven, intervino:
«Señor mío, Moisés, prohíbeselo.» Moisés le respondió:
«¿Estás celoso por mí? ¡Ojalá que todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!»
Y Moisés volvió al campamento con los ancianos de Israel.
RESPONSORIO Jl 2, 28. 29; Hch 1, 8
R. Derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas. * Derramaré mi espíritu en aquellos días.
V. Recibiréis la fortaleza del Espíritu Santo y seréis mis testigos hasta los últimos confines de la tierra.
R. Derramaré mi espíritu en aquellos días.
SEGUNDA LECTURA
De la Constitución pastoral Gáudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 37-38)
TODA LA ACTIVIDAD DEL HOMBRE HA DE SER PURIFICADA POR EL MISTERIO PASCUAL
La sagrada Escritura, con la cual está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña a la familia humana que el progreso, altamente beneficioso para el hombre, también encierra, sin embargo, una gran tentación; pues los individuos y las colectividades, si llega a quedar subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Con lo cual el mundo no es ya el ámbito de una auténtica fraternidad, al tiempo que el poder creciente de la humanidad amenaza con destruir al propio género humano.
Si nos preguntamos cómo es posible superar tan deplorable calamidad, debemos-saber que la respuesta cristiana es la siguiente: hay que purificar y perfeccionar por la cruz y resurrección de Cristo todas las actividades humanas, las cuales, a causa de la soberbia y del egoísmo, corren diario peligro.
El hombre, redimido por Cristo y hecho en el Espíritu Santo nueva creatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe, y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios.
Dando gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las creaturas con pobreza y libertad de espíritu, el hombre entra de veras en posesión del mundo, como quien nada tiene y es dueño de todo. Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho él mismo carne y habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y constituyéndose él mismo como centro y cabeza de todas las cosas. Es él quien nos revela que Dios es amor, a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana y, por tanto, de la transformación del mundo es el mandamiento nuevo del amor.
Así, pues, a los que creen en el amor divino les da la certeza de que el camino del amor está abierto para el hombre, y que el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal no es una utopía. Al mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria.
Él, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo que hemos de llevar también la cruz, que la carne y el mundo echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia.
Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también, con ese deseo, aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin.
Mas los dones del Espíritu Santo son diversos: pues mientras llama a unos para que den un manifiesto testimonio, por medio de su ardiente anhelo de la morada celestial, y conserven así vivo este anhelo en medio de la humanidad, a otros los llama para que se dediquen al servicio temporal de esa humanidad, y preparen así el material del reino de los cielos.
A todos, sin embargo, los libera, para que, con la abnegación propia y por el empleo de todas las energías terrenas en pro de la vida humana, proyecten su preocupación hacia los tiempos futuros, cuando la humanidad entera llegará a ser una ofrenda acepta a Dios.
RESPONSORIO 2Co 5, 15; Rm 4, 25
R. Cristo murió por todos, * para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
V. Fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitado para nuestra justificación.
R. Para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, que tu amor misericordioso dirija siempre nuestros deseos y actividades, pues sabemos que sin tu ayuda no podemos complacerte. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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