Qué preciosa es la fachada de la Iglesia Memorial de Stanford, en mitad del campus de la universidad del mismo nombre. En mi vida, el concepto de templo ha tenido una importancia crucial. Y es que he comprobado lo mucho que me movían a la oración ciertos lugares sagrados. Perdón, no ciertos lugares, sino ciertos edificios.
Los templos, y no la naturaleza, ha sido lo que más me ha llevado a la adoración. Reconozco que nunca me ha movido a devoción ningún santuario, por más que crea que allí hubo tal o cual aparición. Sin embargo, las catedrales sí.
Nada en este mundo me ha causado más devoción, admiración y adoración que las catedrales. Sobre todo las de la época en que el Evangelio fue la Ley de todo un mundo: la época de la cristiandad.
Época en la que jamás he deseado vivir. Pero que me gusta admirar de lejos.
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