Baste, para explicarlo, esta pequeña muestra de uno de sus pensamientos:
Mi sed de ver a Dios y de escucharle me ha llevado a experimentar a menudo la soledad y el silencio del desierto. Cuando era arzobispo de Conakri solía aislarme en un lugar desierto, empapándome de la soledad y el silencio. Es cierto que estaba rodeado de vegetación. Oía gorjear a los pájaros. Pero me creaba un desierto interior, sin agua ni alimento. No había ninguna presencia humana. Vivía en ayuno y oración, alimentándome únicamente de la Eucaristía y de la Palabra de Dios.
El desierto es el lugar del hambre, de la sed y la lucha espiritual. Tiene una importancia vital retirarse al desierto para combatir la dictadura de un mundo repleto de ídolos y estragado de técnica y bienes materiales; un mundo controlado y manipulado por los medios; un mundo que huye de Dios refugiándose en el ruido. Hay que ayudar a este mundo moderno a pasar por la experiencia del desierto. Allí tomamos distancia respecto a los acontecimientos cotidianos. Podemos huir del ruido y de la superficialidad. El desierto es el lugar del Absoluto, el lugar de la libertad. No es fruto del azar que el monoteísmo haya nacido en el desierto. El desierto es monoteísta: nos protege de la multiplicidad de ídolos fabricados por hombres. En ese sentido, el desierto es el territorio de la gracia, en él, alejado de sus preocupaciones, encuentra el hombre a su creador y a su Dios.(Pensamiento 103)
En la foto el autor de la Fuerza del Silencio, Cardenal Robert Sarah Prefecto del la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos.
Publicar un comentario