La catedral de León es un prodigio de belleza. No era un día demasiado luminoso, sino gris, cuando la vi. Lo cual era perfecto para ver el templo en todo su esplendor vitral. En un día demasiado claro, aunque parezca una contradicción, se aprecia menos la belleza de la luz multicolor en el interior.
Pero lo que afea mucho a la catedral es la abundancia de turistas, y eso tiene mala solución. Al fin y al cabo son seres humanos, no puedes fumigarlos con insecticidas, ni usar humo como se hace en para alejarlas de las colmenas. Tampoco estoy a favor de los castigos físicos para alejar a los turistas de estos lugares. De todas maneras, el turista es una especie muy resistente. Probablemente el humo o una cierta dosis de dolor físico, hasta los atraería en mayor número.
Lo cierto es que cuando el interior de una catedral se ha convertido en una manifestación perpetua, uno no capta el ambiente catedralicio, la atmósfera de esos gigantescos espacios.
Si no queremos que las catedrales de Europa se transformen en plazas atestadas como metros, hay que dejar la catedral únicamente para la oración. Y que los turistas sólo visiten longitudinalmente el templo recorriendo una nave lateral: desde los pies hasta el ábside, pero acotando con una balaustrada de madera las partes que no pueden traspasar. Una tercera parte de la superficie dedicada al turismo, dos terceras partes a la oración.
Se podría cambiar cada semana de nave lateral dedicada al turismo. Con esas visitas se pagaría el mantenimiento material y el mantenimiento del orden. Así las catedrales podrían seguir siendo lugares de oración. Con exposición del Santísimo Sacramento en el altar mayor, velas, incienso. Poniendo una especie de muro de tela de tres metros de altura entre las columnas que separan la nave central de las laterales, para que los que oran no se distraigan.
Otra posibilidad sería dedicar la catedral entera por la mañana al turismo, y por la tarde sólo a la oración. La última posibilidad sería que un hombre gordo encapuchado con un látigo, a pecho descubierto, fustigara en la plaza a los que desean entrar, decidiendo él de un modo completamente arbitrario quién entra y quién no. Este último método me parece más científico y, sin duda, ganaría cualquier votación democrática en la que se propusiera.
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