Después de la comida del mediodía, he escuchado un poco a Bach. La música de este ser humano nos habla de la tenacidad. La tenacidad que se sobrepone a los varapalos de la vida. Hay una parte del concierto que he escuchado hoy, que es todo un sermón sobre ello. Yo con palabras jamás podría expresar mejor ese sermón que él nos da, que todavía nos da.
Esa tenacidad perseverante viene culminada con un allegro moderato. En Bach siempre vence la alegría. Una alegría, a veces moderada, en cuyos movimientos subyace la idea de que en la felicidad de la tierra también hay cruces. Pero la alegría se sobrepone con tenacidad incluso en los allegros. A veces, se sobrepone como algo imparable. Como si por muy tenaces que sean las desgracias, la alegría lo es más, siempre más.
Jamás he escuchado un sermón tan elegante. Su música refleja un espíritu elegante, con una elegancia sobria. En esta vida he conocido a gente que estaba ansiosa por ser elegante. Pero es elegante el que puede, no el que quiere. La sofisticación no es elegancia. La elegancia tiene una simplicidad que la hace inimitable. Bach, sin duda, tenía toda la elegancia que desprenden los grandes espíritus. Hay hombres que son gigantes.
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