Domingo 29 Tiempo Ordinario – C
La oración no es para momentos de emergencia.
La oración no es para cuando entre nosotros comienza a temblar la tierra.
La oración no es solo para cuando estamos enfermos.
La oración no es solo para pedir un trabajo.
La oración no es para cuando estamos en apuros.
La oración es como el amor, que tenemos que amar siempre.
La oración es como la respiración, que si no
respiramos nos morimos.
La oración es como el latido del corazón, que si se detiene nos morimos.
La oración es como la vida, que no podemos vivir a ratos.
La oración es como la amistad, que es para todos los días.
Por eso Jesús les explica a sus discípulos “cómo han de orar siempre, sin desanimarnos”.
Pero Jesús es consciente de que, con frecuencia:
Nos cansamos de orar.
No tenemos ganas de orar.
No tenemos tiempo para orar.
O simplemente nos desilusionamos.
Porque no conseguimos lo que queremos.
Porque sentimos como si Dios no nos hiciese caso.
Porque sentimos que Dios no nos escucha.
Porque sentimos que Dios nos hace esperar demasiado.
Y entonces nos desalentamos o sencillamente dejamos de orar.
Para Jesús:
La oración depende de nuestra fe.
“Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”
Primero la fe que es seguridad de lograr lo que pedimos.
Lo segundo la fe la expresamos en la constancia.
Quien no sabe esperar tiene poca fe.
Incluso esperar cuando todo parece indicar que oramos inútilmente.
La viejita de la parábola:
Tenía fe en que se le hiciese justicia.
Incluso si el juez no le hacía caso.
Incluso si el juez que “temía ni a Dios ni a los hombres” no tuviese voluntad.
Sin embargo la avieja insiste.
La vieja sigue tocando a la puerta.
La vieja sigue insistiendo.
La constancia de la vieja:
Venció la indiferencia del juez.
Venció la frialdad del juez.
Venció las resistencias del juez.
No le hizo justicia por amor.
Ni tampoco por sentido de responsabilidad.
Lo hizo por miedo a la bofetada de la vieja.
La parábola no quiere identificar a Dios con el juez.
La parábola quiere destacar la insistencia de la vieja.
La parábola quiere rescatar la fe de la vieja que sabe con su insistencia ganará la batalla al juez.
Y si un juez sin conciencia es vencido por la constancia, cuánto más Dios escuchará la constancia de nuestra oración.
“Pues, Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”
¿O les dará largas?
Os digo que les hará justicia sin tardar”.
Pero para ello, se necesita de esa oración constante, insistente, perseverante.
Necesita de esa fe, capaz de creer, aunque no siempre las cosas sucedan según nuestras prisas.
Orar siempre es respirar siempre.
Orar siempre es vivir siempre.
Clemente Sobrado C. P.
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