Sentado en un banco de la calle, José Luis está concentrado frente a un folio, ajeno al estrépito que organizan los camiones de reparto a la entrada del mercado. José Luis sujeta un boli con la mano derecha y repasa una y otra vez las líneas que ha escrito.
Me acerco por su espalda y le digo:
―Tienes buena letra… ¿Qué haces?
―¡Ah! Buenos días, Monasterio. Estoy escribiendo un libro. Se va a titular “el mendigo elegante”.
―¿Y me dejarás verlo?
―Cuando termine. Creo que le gustará. Se lo mandaré a su casa por correo. A Vallecas, ¿no?
José Luis gasta un apellido ilustre de origen gallego y, aunque no se puede decir que vista con elegancia, va limpio y aseado. Nadie diría que está aquí para pedir limosna.
Lo conocí hace diez días en este mismo lugar. Llevaba la misma cartera llena de folios y me hizo una seña:
―Padre, ¿podría darme un euro para un café?
Me contó entonces que había trabajado en unos laboratorios farmacéuticos. La empresa hizo unos recortes y se quedó en la calle hace dos años.
―Ahora tampoco recibo nada del paro y, con 60 años, soy demasiado viejo para trabajar y demasiado joven para cobrar.
Entramos en el mercado y nos tomamos un par de cafés con unas porras. Allí hablamos de mil cosas y pude comprobar que José Luis es hombre educado y de cierta cultura. Conoce la doctrina cristiana mucho mejor que la mayoría y es evidente que no me engaña cuando habla de sus inquietudes espirituales.
―¿Ha visto ese letrero?
Hay un cartel pegado en la luna del bar: “arroz con bogavante, 10 euros”.
―Cuando cobre algo, le invito. Creo que aquí hacen bien el arroz.
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