Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 27 a. Semana

“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”. El les dijo: “Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación”.

(Lc 11,1-4)


Siempre me ha llamado la atención la fórmula litúrgica que nos invita a rezar el Padre nuestro. “Nos atrevemos a decir: Padre nuestro…”

Me dirán qué hay de extraño en dicha fórmula.

“Nos atrevemos a decir: Padre nuestro”.

Porque hace falta atrevimiento para llamarle a Dios “Padre nuestro”.

Porque hace falta atrevimiento decirle a Dios que es “Padre nuestro”.

Porque hace falta atrevimiento para considerar a Dios como “Padre nuestro”.


Si Jesús no nos lo hubiera revelado como “Padre” ¿alguien se atrevería a llamar Padre a Dios?

Y sin embargo en la mejor revelación que Jesús hace de Dios.

Y es la mejor experiencia que nosotros podemos tener de Dios.

Y es la mejor experiencia de nuestra de nuestra relación con Dios.


Los cristianos no somos huérfanos.

La Iglesia no es un orfanatorio.

Los cristianos comenzamos por “tener un Padre”.

Los cristianos comenzamos por ese gesto por el cual “Dios nos ha firmado como hijos”.

Dios no es de esos padres que “no reconocen a sus hijos”.

Dios no es de esos padres que “se niegan a firmar a sus hijos”.

Por eso hay tanto hijo por la calle:

Que no está reconocido.

Que no tiene apellido.

Que no tiene hogar.

Que necesitan hacer un juicio de filiación.


Como cristianos nosotros comenzamos por ser reconocidos y firmados por Dios como Padre.

Por eso la Iglesia no es un Club ni una Asociación o institución.

La Iglesia es una “familia”, es un “hogar”.

Los cristianos tenemos una familia con Padre y Madre.


En el plano de lo humano, nuestra primera experiencia es la de “papá y mamá”.

En el plano de la fe, nuestra primera experiencia es también la de “Padre y Madre”.

Nuestra primera experiencia de fe debiera comenzar porque nuestra primera palabra sea también la de “papá Dios”.


En la vida:

Quedamos marcados por la figura del padre y de la madre.

Quedamos marcados por el amor de papá y mamá.

Quedamos marcados por la acogida de papá y mamá.


En la vida de la fe:

También quedamos marcados por la imagen de “Dios Padre”.

Quedamos marcados por el amor de “Dios Padre”.

Nuestra oración también tiene que estar marcada por la “experiencia de Dios Padre”, no la de Dios juez.


Pero no decimos “Padre mío” sino “Padre nuestro”.

Lo cual nuestra oración tampoco puede ser nunca individualista.

Nuestra oración tiene que ser una oración filial, pero también fraterna.

Nuestra oración comienza con una doble confesión:

La confesión de Dios Padre.

La confesión de que tenemos otros hermanos.

La confesión de que somos familia.


Decimos que oramos.

¿A quien oramos?

¿La oración nos hace más hijos?

¿Con quien oramos?

¿La oración nos hace más hermanos?


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo C Tagged: Dios, oracion, padre, padre nuestro

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