“Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad. Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”. (Mc 1,21-28)
Tenemos miedo a los cambios.
Tenemos miedo a cambiar nuestra predicación.
Por eso somos simples repetidores:
de lo que otros dicen o han dicho,
del pasado,
de un moralismo que tiene muy poco de aliciente.
Jesús sorprende y asombra a la gente:
La gente está acostumbrada a la predicación de los escribas que no hacían sino repetir siempre lo mismo.
Jesús no repite lo que dicen otros.
Jesús no repite lo que todos dicen.
Jesús no repite ideas y doctrinas.
Jesús se dice a sí mismo.
Jesús anuncia lo que él mismo vive.
Jesús anuncia su experiencia viva de Dios.
Jesús habla a la gente aquello que la gente necesita saber.
La predicación de Jesús responde a los problemas de la gente.
Su predicación:
Va acompañada de signos de vida.
Quiere ser buena noticia para la gente sencilla.
Por eso aparece un “hombre que tenía un espíritu inmundo”.
Un espíritu que se resiste a salir de aquel pobre hombre.
Y Jesús le ordena: “Calla y sal de él”.
La predicación de Jesús no es para que aprendan el pasado.
La predicación de Jesús es para que abran su espíritu a la novedad de Dios.
Su autoridad no viene de lo mucho que sabe.
Sino de la vida que enseña.
De la novedad que anuncia.
Jesús no habla para demostrar lo que sabe.
Jesús habla para que la gente se sienta tocada por su palabra.
Habla desde su experiencia.
Pero también desde las necesidades de la gente.
Una predicación donde la gente se siente aludida.
“Como si lo hubiese dicho para mí”.
El Papa Francisco lo expresó muy bien:
“Lo primero encontrarnos con Jesús: “El puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestras comunidades. Jesucristo puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo”.
Y aún añade: “volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio”, pues siempre que lo intentamos brotan nuevos caminos, métodos creativos, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual”.
La verdadera autoridad del Papa Francisco:
No proviene de su título de Papa. El prefiere llamarse “Obispo de Roma”.
No proviene de sus atuendos majestuosos.
Sino de la sencillez de su palabra.
Del testimonio de una vida sencilla y simple.
Luego de un año de papado, uno casi se atreve a confesar:
“Tenemos un Papa no príncipe sino plebeyo”.
Pero es esa sencillez la que ha ganado el corazón de la gente.
Habla como la gente.
Habla desde la realidad de la gente.
Todos nos sentimos, de alguna manera, tocados por su palabra.
¿Será ésta la Iglesia del futuro?
¿Será ésta la verdadera autoridad de la Iglesia?
¿Será ésta la verdadera autoridad de las autoridades?
“Todos se preguntaban estupefactos: “¿Qué es esto?”
Se preguntará hoy la gente sobre la Iglesia: “¿qué Iglesia es ésta?”
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario Tagged: autoridad, demonio
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