“Salió el sembrado a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida, pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron y lo ahogaron resto, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno”. (Mc 4,1-20)
La vocación de Dios es la de sembrador.
Le encanta sembrar.
Le encanta sembrar vida.
Le encanta sembrar esperanzas.
Le encanta sembrar alegrías.
Le encanta sembrar posibilidades.
Le encanta ver sus manos siempre llenas de semillas.
No importa si muchas semillas se pierden.
No importa si muchas semillas no crecen.
No importa si muchas semillas no dan fruto.
Dios seguirá sembrando.
Nosotros somos la chacra de Dios.
Nosotros somos el campo de Dios.
Nosotros somos la tierra de Dios.
Nunca faltarán corazones endurecidos que rechazan la semilla de Dios.
Nunca faltarán corazones llenos de maleza que impiden crecer la semilla.
Nunca faltarán corazones que prefieren otras semillas.
Semillas que se pierden.
Pero semillas que Dios seguirá sembrando incluso si se pierden.
Para Dios lo importante es que todos puedan tener posibilidades.
Al fin y al cabo nunca faltará la buena tierra capaz de fructificar.
Nunca faltarán corazones que se dejan florecer.
Nunca faltarán corazones que terminan floreciendo en trigales llenos de espigas.
Nunca faltarán corazones que saben escuchar la Palabra de Dios y la hacen crecer en santidad.
Nunca faltarán corazones que florecen en gracia.
Nunca faltarán corazones que florecen en Evangelio.
Nunca faltarán corazones que se convierten en jardines de Dios.
Hay corazones para todo:
Corazones que responden al treinta por ciento.
Corazones que responden al sesenta por ciento.
Corazones que responden al cien por cien.
El problema no es el sembrador.
El problema no es Dios.
El problema somos nosotros.
El problema es nuestro corazón.
No todos respondemos de igual manera.
Si no soy mejor, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de bondad.
Si no soy santo, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de santidad.
Si no soy feliz, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de felicidad.
Si vivo sin esperanza, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de esperanza.
A Dios le duele se pierdan sus semillas.
Pero, ¡qué alegría la de Dios, cuando nos ve como trigales con espigas maduras!
En cualquier momento Dios viene a buscar
Las espigas de sus semillas.
Los granos maduros de su trigo.
Sembremos, aunque muchas semillas las lleve el viento. En algún sitio brotarán.
Señor, hazme semilla de vida y de alegría.
Clemente Sobrado C. P.
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