“El Hijo del hombre es señor también del sábado” (Mc 2, 23-28). Mientras atraviesan unos sembrados, algunos discípulos de Jesús, sintiendo hambre, arrancan espigas y comen; esta acción escandaliza a los fariseos, puesto que es claramente una acción manual, la cual estaba prohibida en el día sábado, constituyendo por lo tanto una clara infracción de la ley: “¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?”. Jesús les responde con otra infracción de la ley, cometida nada menos que por el rey David, y en una situación muy similar: David y sus hombres, sintiéndose con hambre, ingresan “en la casa de Dios” y comen de los panes de la proposición, que estaban reservados solo a los sacerdotes, y comió él y se lo dio a sus hombres: “¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Con este ejemplo, Jesús quiere hacerles ver a los fariseos, que el precepto humano legal puede ser quebrantado, cuando hay una razón de fuerza mayor: así como ni David ni sus hombres cometieron falta comiendo de los panes de la proposición, así tampoco sus discípulos cometieron falta comiendo espigas, porque tanto en uno como en otro caso, la ley podía ser quebrantada para satisfacer una necesidad vital, en ambos casos, la alimentación corporal, y esto es lo que Jesús significa cuando dice: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”.
Pero luego Jesús finalizará diciendo algo que va más allá de la casuística legal en la que ha sido cuestionado por los fariseos, y es algo referido a la Nueva Economía de la salvación que Él viene a instaurar, en la que la Antigua Ley, precisamente, en la que se basan los fariseos, quedará derogada: “el Hijo del hombre es señor también del sábado”. Con esta frase, Jesús está anticipando su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual el sábado, día sagrado del Antiguo Testamento, quedará suprimido, para dar lugar al Domingo, Dies Domini, el Nuevo Día del Señor de la Nueva Ley, la ley de la caridad, porque Él resucitará “al tercer día”, esto es, en el Día Domingo, quedando desde entonces, y para siempre, establecido el Domingo como día sagrado, y ya nunca más el sábado.
El motivo es que el Domingo, Día de Señor, Jesús resucita glorioso, lleno de la vida y de la gloria divina, la misma vida y la misma gloria que Él poseía en cuanto Dios Hijo desde la eternidad, y que se la comunica a su Humanidad Santísima que yacía muerta en el sepulcro, lo cual constituye, en unidad y junto con el Viernes Santo y el Santo Sacrificio de la Cruz, el inicio de la Nueva Economía de la salvación establecida por Él, Nueva Economía por la cual los hombres serán salvos, no ya por cumplir la Ley Antigua y observar el sábado, sino por cumplir la Ley Nueva de la caridad y observar el Domingo, y por alimentarse con espigas de trigo o panes de la proposición, sino con el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná celestial, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, la Eucaristía. A nosotros, discípulos suyos que atravesamos el campo de la vida y del mundo en dirección a la Jerusalén celestial, Jesús no nos alimenta con espigas de trigo, sino con un trigo cocido en el Fuego del Espíritu Santo y convertido en Pan de Vida eterna; a nosotros, que como el rey David, ingresamos con hambre de Dios en el santuario, Jesús nos alimenta, por la Santa Misa, con el Nuevo Pan de la Proposición, su Carne y su Sangre gloriosos, la Eucaristía, que nos alimenta con la substancia divina del Ser trinitario y nos nutre con el Amor celestial, eterno e infinito, de su Sagrado Corazón.
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