“Jesús mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y fueron con él. A doce los hizo compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios”. (Mc 3,13-19)
Uno puede ser el que tiene la idea original.
Uno puede ser el que tiene la idea de un mundo mejor, de una religión diferente, de una convivencia humana distinta.
Pero uno no lo puede hacer todo él solo.
Siempre se necesita de los demás que compartan los mismos ideales.
Siempre es necesario contar con otros que luego puedan dar vida a su obra.
Marcos hace como una especie de paréntesis, y presenta a Jesús formando el primer grupo de los que estarían más cerca de El, compartirían sus ideales y les darían luego continuidad.
Elige a Doce. Aquí no hay candidatos que presenten su “currículum vitae”.
Elige y “va llamando a los que El quiere”.
Y parece que los conoce bien. Da gusto leer sus doce nombres, porque aparecen incluso hasta con sus “motes”, lo que demuestra familiaridad y confianza. Incluso, Judas, “que entregó”.
Para Jesús todos son importantes, incluso el lobo que se esconde en medio del rebaño. También a él quiere darle la oportunidad de su vida.
Es inútil, por mucho que corramos, Dios siempre irá por delante.
No somos nosotros quienes nos presentamos con nuestros pergaminos, sino que es siempre él quien nos elige primero.
Primero los hace “compañeros”, amigos, una primera comunidad que marcará el camino del resto de comunidades.
Una comunidad de compañeros unidos en torno a él y en la que él mismo será un compañero y un amigo más de camino.
En segundo lugar, les marca el camino y el horizonte o misión: “para enviarlos a predicar”, pero no solo con palabras sino “con poder para expulsar demonios”.
El gran problema tanto en la sociedad política como en la Iglesia puede que esté en que:
“yo lo quiero hacer todo”,
“yo lo puedo hacer todo”,
“yo lo hago mejor que nadie”,
“yo solo soy suficiente”.
Ni Jesús lo pudo hacer todo.
En cambio uno de los grandes problemas de la Iglesia es que curas y Obispos no hemos necesitado a nadie.
Solo nosotros podemos hablar del Evangelio.
El resto de la comunidad ya tiene bastante con escuchar.
Solo nosotros podíamos organizar la Parroquia.
El resto de la comunidad a obedecer.
Nosotros podíamos llevar la contabilidad.
Mejor que la comunidad no se entere de las entradas y salidas.
Nosotros podíamos responsabilizarnos de las obras que se hacían.
Hemos sido unos “todistas”.
Felizmente ya se perciben luces en el horizonte y las comunidades comienzan a recuperar su identidad.
Todos somos Iglesia.
Y todos somos responsables del Evangelio.
Y no nos extrañe. Algo parecido sucede con los partidos políticos.
Todo se centra en el líder carismático.
Todo se piensa en la cabeza del líder.
Por eso cuando el líder desaparece los partidos quedan descabezados.
Todo lo decide el líder.
De ahí que cuando el líder se va, comienzan las divisiones.
Jesús no quiere valientes “francotiradores”. Jesús quiere comunidad.
Comunidad que necesitará de una cabeza, que es él mismo.
Comunidad de “compañeros” que luego “sean hermanos”.
Cada uno con nuestro carisma, pero todos unidos en la caridad.
Cada uno con nuestro “mote”, pero todos unidos “al servicio de todos”.
Clemente Sobrado C. P.
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